Heraldo tenía la culpa porque él les permitía entrar.
Se colaban entre las lámparas, reptaban por debajo de la alfombra, inflaban los cables al introducirse por ellos y salían por el tomacorriente devenidos en sonidos de ultratumba.
Pero él tenía la culpa... porque los dejaba entrar.
Jugaban a ser sacos de huesos en la tapa de Stephen King y a comer la Semilla del Diablo en la de Ira Levin.
Se les escapaban las tripas cuando se reían viendo "el exorcista" y vomitaban lentejas mientras copulaban al son de la música de "La llamada".
Sano juego.
Sano empeño por poner orden en las aletargadas hordas de aquelarres brujilescos.
Mientras los miraba desde un rincón, sentado en un sillón caoba muy cerca de su escritorio de quebracho colorado, tomaba notas en su pequeña libreta negra y les hacía espacio para sus juegos libertinos.
Cuando el amanecer llegaba se escabullían por los huecos y dejaban la sala con olor a jarabe para la tos.
Heraldo cada tarde se preparaba para la invasión, pero él tenía la culpa, por que él los dejaba entrar.
Mientras esperaba la llegada cambió la hoja en el almanaque y palideció.
Corrió a la habitación y levantó el primer abrigo que pudo y cuando se disponía a salir la puerta se cerró violentamente casi a punto de reventarle los dedos en el marco.
Retrocedió espantado.
Los vientos rabiosos hacían remolinos de polvo y calores en el centro de la sala.
¿Cómo podía haber olvidado ese día?
Si la abulia de un día normal llenaba de pus los ojos rojos de los demonios.
El festejo de su cumpleaños daría pie para la más infernal de las celebraciones... y él lo había olvidado.
Heraldo tembló cuando todos cobraron formas y lo escudriñaron sonrientes.
Una hoja cayo desde la nada en la palma de su mano y la leyó intentando respirar.
Se colaban entre las lámparas, reptaban por debajo de la alfombra, inflaban los cables al introducirse por ellos y salían por el tomacorriente devenidos en sonidos de ultratumba.
Pero él tenía la culpa... porque los dejaba entrar.
Jugaban a ser sacos de huesos en la tapa de Stephen King y a comer la Semilla del Diablo en la de Ira Levin.
Se les escapaban las tripas cuando se reían viendo "el exorcista" y vomitaban lentejas mientras copulaban al son de la música de "La llamada".
Sano juego.
Sano empeño por poner orden en las aletargadas hordas de aquelarres brujilescos.
Mientras los miraba desde un rincón, sentado en un sillón caoba muy cerca de su escritorio de quebracho colorado, tomaba notas en su pequeña libreta negra y les hacía espacio para sus juegos libertinos.
Cuando el amanecer llegaba se escabullían por los huecos y dejaban la sala con olor a jarabe para la tos.
Heraldo cada tarde se preparaba para la invasión, pero él tenía la culpa, por que él los dejaba entrar.
Mientras esperaba la llegada cambió la hoja en el almanaque y palideció.
Corrió a la habitación y levantó el primer abrigo que pudo y cuando se disponía a salir la puerta se cerró violentamente casi a punto de reventarle los dedos en el marco.
Retrocedió espantado.
Los vientos rabiosos hacían remolinos de polvo y calores en el centro de la sala.
¿Cómo podía haber olvidado ese día?
Si la abulia de un día normal llenaba de pus los ojos rojos de los demonios.
El festejo de su cumpleaños daría pie para la más infernal de las celebraciones... y él lo había olvidado.
Heraldo tembló cuando todos cobraron formas y lo escudriñaron sonrientes.
Una hoja cayo desde la nada en la palma de su mano y la leyó intentando respirar.
"por darnos un lugar para ser, reptaremos en silencio, para que el goce de tu alma capte la generosidad del año que se funde en tus venas y de los que se preparan para entrar en tu cosmo... FELIZ CUMPLEAÑOS HERALDO"