Monstruos que retozan en este sitio:

lunes, 31 de mayo de 2010

La basura

Se detuvo a mitad del camino, bajó el vidrio y escupió un montón de saliva sanguinolenta que aguantó lo más que pudo.
El sabor metálico era asqueroso, le producía arcadas.
A esa hora de la noche no pasaba nadie, tuvo tiempo de salir, dar unos pasos para hacer correr nuevamente la sangre por las piernas y entró.
-¡Basura!- pensó mientras escupía de nuevo -¡¡Toda la basura que estorba se la tira a la mierda!!
Mirando bien a su alrededor pensó que tal vez ese podría ser el lugar preciso.
Salió de la ruta hacia el monte tupido que se alzaba a escasos metros.
Abrió la puerta trasera y sacó "su bolsa de basura".
Una bolsa negra, grande, que sólo la cubría desde la cabeza hasta poco más de los hombros.
Cuando la tuvo entre los brazos, laxa y tibia, recién pudo ver su respiración leve y dificultosa, casi inaudible, casi perdida en la sórdida bruma de la muerte.
El frío gélido obraría maravillas en ese cuerpo desnudo, y lo colocó a unos cinco metros dentro de los matorrales, sentándose junto a ella para conmoverse con la preciosa escena de un cuerpo que deviene en simple bolsa de órganos.
Quería ser el espectador privilegiado, honrado con el espectáculo sublime de la muerte sentada en el pecho trémulo de la mujer, decidida a dar el bocado final.
La agonía duró exactamente cinco minutos.
Satisfecho se levantó y regresó con la típica sensación de saciedad.
Colmado y emocionado hasta las lágrimas había olvidado el golpe en la boca y la sangre que ahora nuevamente le corría por la lengua.
Se paró asqueado y vomitó. Cuando logró reponerse intentó incorporarse pero una nueva arcada lo dejó en cuatro patas, escupiendo a boca llena, dejando hilos rojos que le cruzaban por el mentón.
¿Qué tanto daño le pudo haber hecho el puño de esa basura muerta?
Escupía y vomitaba en medio de la nada, sin fuerzas en las piernas, con los brazos temblando incapaces de sostener su propio peso. Cayó al suelo quedando con la vista al cielo.
Por el rabillo del ojo la podía ver sentada a su lado, desnuda y con la bolsa negra aun en la cabeza, esperando ansiosa la emotiva escena.
La muerte, ni señora ni señor sino andrógina, se recogió la falda pantalón para sentarse en su pecho y dar el último bocado de la noche.

miércoles, 26 de mayo de 2010

La niña


Buscaba la forma más original, inusitada y asombrosa de matar.
Había decidido que de grande sería "Asesina Serial" y que un día contarían su historia en algún documental de Discovery.
El hecho de ser una niña pronta a convertirse en mujercita bella y amorosa le hacía llevar una gran ventaja por sobre el gran género dominante en la lista de sicóticos asesinos.
Revólveres, cuchillos, sogas y venenos se repetían en las historias.
Golpes, patadas y asfixias manuales se colaban repetidas veces en las aberraciones de los criminales.
Se sentaba en su escritorio de pre adolescente y con la lapicera mordida apoyada en el mentón, pensaba en las posibles formas, mientras miraba los posters de Britney Spears pegados en la pared.
Diagramó el futuro delito en su cuadernillo, forrado en rosa, con stickers de corazones púrpuras, subrayando los momentos cumbres con su lapicera favorita verde con brillitos y aroma a kiwi.
El asesinato estaba recreado con todos sus detalles, ahora faltaba pensar en la víctima
Siete días después una profesora de Literatura Artística fue encontrada por sus alumnos, perfectamente sentada en su escritorio con la punta de un compás clavada en la pierna. Profundamente dormida con un jarrito de café frío cerca, lleno de somníferos. Una burda poesía escrita en la blusa blanca con lapicera verde.
La policía conjetura sobre la poca habilidad del precoz delincuente que durmió a la mujer, escribió el poema copiándolo de un cuaderno rosa encontrado en el lugar de los hechos. Intentó herirla con el instrumento geométrico, vomitó a un lado cuando vio la sangre y salió arrastrándose hasta la sala de limpieza en donde la encontraron en estado de shock, chupándose el dedo pulgar y haciendo corazoncitos verdes en la pared rosa.
El discovery años después habló de ella en un documental sobre niños traumados, criminales precoces y sociópatas.
La niña, convertida en adolescente para ese entonces, lo miró desde su pequeña celda con una sonrisa triunfal en el rostro, lo había logrado. Su mamá le había enseñado de pequeña que los objetivos puestos siempre debían ser alcanzados o al menos luchar con tesón para lograrlo.
El día que saliera de allí ya podría dedicarse a ver televisión sin que su madre le refregase en la cara que no tenía metas en la vida.
Apagó el televisor y tarareó un tema de Britney Spears.

sábado, 22 de mayo de 2010

Él y el amor: La Huida

Con él no tenía sexo... a él le hacía el amor, y mientras lo besaba y las manos devenían en seda con cada caricia, lloraba despacito para que no se diese cuenta. Cada abrazo le laceraba el alma infundiéndole tanta dulzura que era imposible no fundirse en esa danza erótica y latente, en ese juego gratuito de besos y jadeos.
Rezaba y de pronto creía en Dios.
Imploraba para que los segundos quedaran petrificados en las cuencas oscuras del tiempo y para que el grito de su orgasmo sonara piadoso en las vísceras crudas del abismo, produciendo el eco que lastimara los oídos y los dejara sangrantes como recuerdo de su acto de amor.
Él la dejaba volar un tiempo y luego la reclamaba, por ratos con firmeza, por ratos con súplicas.
¿Qué lógica heteróclita le muerde rabiosa la mente como para preferir, masoquista, la dulce carne y luego la dolorosa fuga?
Él conocía cada sabroso detalle, cada morbosa secuencia.
Reconocería fácilmente el comienzo de abrumadoras lenguas y sospecharía la huida, con las caricias juntas y aprisionadas en la mente.
No podía vivir la vida que él le ofrecía, sin letras, y entre conservadoras tertulias de damas vestidas y pintadas como meros objetos decorativos.
¿Lo amaba tanto como para dejar que los pulmones se le pudrieran en la anacrónica existencia de un burgués?
¡No! Amaba aun más sus alas negras y rabiosas, sus jeans demasiados largos y sus ojeras pulcras.
Se relajaba ensimismada por esa soledad absurda que la reclamaba suya ni bien comenzaba a entibiarse la coraza bajo el cuerpo macizo de su hombre que ansiaba no sólo penetrar su sexo y beber de sus senos, si no también anclar su alma y encerrarla bajo tres llaves.
Lloró un ratito y escenificó su huida no sin antes mirarlo un segundo, para que en su retina quedara sellada su imagen, por si los caminos (que en ella casi no existían) no volvieran a cruzarse.
Guardó su cuerpo y el alma solitaria bajo las alas de plumas largas, nunca recortadas, y huyó.

martes, 18 de mayo de 2010

ES HORA DE COMER


-Quiero más, si, si, dame más.

Las frases repetitivas las había aprendido en las películas porno, no era necesario ser legítima ni innovadora. Ellos ni siquiera las escuchaban, si aullabas a ellos también les daba lo mismo.
Un día se propuso ser creativa.
-Yes, oui mon ami. ¡Oui!
El morocho le largó una carcajada lasciva y la embistió con mayor dureza.
Para ellos toda verborragia significaba que te estaban matando del gusto.
Calladas no les gustaba. Te pegaban.
Ellos querían sonidos, si eran grititos histéricos... ¡mejor!
Acabó con el morocho y se quedó en la cama hasta que él se vistió y se fue.
Tomó el dinero y lo puso en la cartera, la repartija venía después, mucho para él y un tanto menos para ella.
Pero era lo justo.
La aguantaba en su casa, en su mesa, en su cama y no objetaba su forma de vida. Si. Era lo justo.
Se fue al bar de la esquina y pidió un café.
-¿Café con leche? ¡hace frío!
-¡No! café solo. Ya tuve suficiente leche- la muchachita que la está atendiendo se queda mirándola y se arrepiente de la respuesta- Café nomas nenita. Café-
Hace un frío de la gran mierda diría su madre si estuviera viva, pero no lo está y ella se desenvuelve sola en la vida desde que era poco más que un crío.
Pero todo está bien, lleva una buena vida.
Hombres que la amen no le faltan. Hombres que la cuiden... tal vez si. ¡Pero para eso está ella!
Mira el cielo, y desde donde está sentada, puede ver perfectamente la luna llena.
Es la luna más hermosa que recuerda haber visto.
Cree que podría alimentarse de ella y dejar de trabajar por esa noche y tal vez por las que siguen también.
Tiene un cliente en media hora más, tiene suerte, otras tienen que salir a la calle y estar paradas en medio del frío. A ella los clientes la llaman al celular y le piden turno.
Si, ella tiene suerte en esta puta vida.
Sale y se esconde, esquiva la luz de la luna.
Hoy tiene que trabajar o mañana no tendrá para comer.
Hoy no puede jugar a ser niña mala.
Se mete por los callejones y se tapa la cabeza con la capucha del camperón.
Por fin llega a la habitación.
El hombrecito regordete la espera. Lo hace entrar y le pide que se higienice. Sucios es otro precio.
Él sale del baño y entra ella para cambiarse. Se mira un rato largo en el espejo y ensaya distintas sonrisas, eso siempre le levanta el ánimo.
Sale y la persiana está abierta, las luces están apagadas y la luna se mete de lleno.
El regordete ha creído que podría ser romántico y deja entrar la luz de la noche para crear un espacio mágico.
La mujer se asusta, tiembla y corre a la ventana para cerrarla, pero no puede abrir el vidrio.
Grita. GRITA. ¡GRITA!
La voz se vuelve grave y las encías sangran a borbotones mientras los colmillos aparecen de lugares ocultos en su boca, que cambia de aspecto notablemente.
El regordete quiere huir.
El regordete lo intenta.

Tenía que seguir trabajando esa noche, necesitaba esa paga.
Otra noche arruinada por esa costumbre de ser niña mala en las noches de luna llena.
Por suerte el gordito tiene la carne blanda.
Mañana será guiso de muslos y pasado tal vez una sopa de sesos.
Se sienta a descansar y se chupa los dedos.
Sigue siendo una mujer con suerte y esta noche se siente fuerte también.
¿Y si dejase correr su cuerpo desnudo bajo las fauces de ese satélite natural que la colma de vida?
¿Y si sólo por hoy, dejara de sentirse afortunada, y corriera por las calles llenándose la panza de tripas ajenas?
Mañana será otro día y volverá a ser la mujer de todos.
Esta noche se toma licencia y sale.
La luna la invade y las encías sangran a borbotones... es hora de comer.

jueves, 13 de mayo de 2010

Mi amiga Yuly


Yuly concibió la celda y conjugó condena con sabor.
Le imploré que no cayera en las garras perniciosas del demonio.
La insté a acompañarme a misa, me fui hasta su casa y llegué a exigirle que rezara conmigo el rosario.
Pero no hubo caso.
Yuly estaba como poseída y tuve que aceptar que su posesión no fue un hecho abrupto y aislado en su vida, sino un proceso gradual; que como su amiga, acompañé.
Tendría que haberme dado cuenta cuando en nuestra adolescencia yo rescataba animalitos de la calle... y ella los fritaba.
Tendría que haberme dado cuenta cuando a los dieciséis me puse de novia y a los pocos meses ella me explicó que él se había tenido que ir, dejando sin querer, medio litro de sangre en una botella de plástico retornable.
Pero me autoconvencí de que eran sólo travesuras de una adolescente aburrida.
Para esos tiempos ya le imploraba:
-Yuli, quedate quieta, vení, sentate conmigo a contemplar el amanecer.
y ella contestaba, sentada en la silla de ruedas hurtada y avanzando a gran velocidad:
-Ya voy Escarchita! una vueltita más
Como amiga, la acompañé siempre, ¡rezando por la salvación de su alma!
Estuve a su lado cuando un ardiente enamorado quiso jugar a darle caricias e insistió cuando ella le respondió con calma que "no".
El pobre insistió una vez, la segunda tuvo que huir con un tajo en el cuello.
¡Yuly sabía usar muy bien el escarpelo y causar daño!
Jugaba a ser tierna, te enamoraba con su dulce manera de hablar y ante el menor descuido te dejaba sangrando.
Tenía cierto fetiche por ello.
Siempre andaba con servilletas de papel tisú prolijamente dobladas y con manchas rojas casi negruzcas. Encontrabas un par en cada bolsillo. Nunca pregunte de donde sacaba esa sangre, ni siquiera el porque de aquella atracción. A veces me pregunto si no podía, mi amiga, haber tenido un fetiche más normal... a los zapatos, o al menos a un buen frasco de loción cítrica.
Pero era mi amiga y la aceptaba como tal.

Tengo tres días ayudándola en su nueva travesía, ¡y es que esta mujer tiene mucha imaginación!
Yo solo me limito a rezar los "padre nuestros" cada vez que la veo sonreír inspirada.
Hay frascos esterilizados, agujas, jeringas, trinchetas, sueros y esa celda a medio construir.
Temo pensar lo que se avecina, pero estaré con ella hasta el final.
Tal vez si rezo con mayor devoción, algún día, pueda calmar sus ansias por ese perverso elixir rojo.
Ya la veo venir y está feliz, me mira y la sonrisa se ensancha...

"¡Padre nuestro que estas en los cielos...!"

miércoles, 12 de mayo de 2010


Descender y volcarme.
Atravesar tu ancestral coraza
y penetrar en tu pecho.
Cazar tus latidos,
rimar con sus sístoles,
jugar con las diástoles.
Desmembrarme en el intento
de un abrazo eterno.
Danzar en tu entorno
cubriendo tu órbita con mis besos.
Tengo las manos cubiertas de deseo,
húrtalas y bendícelas tuyas.
Grita ser el amo,
y con la suavidad de un ángel
transpórtame al centro de tu pecho.
Quiero dormir y ser flor.
Quiero despertar y ser canción.
Juega en el centro de mi pecho
y ofréceme tus manos cubiertas de deseo.
Desflora un "te amo" que haga cosquillas en mis oídos
y finge sorpresa ante la certeza de mis sentimientos.
Cuando la danza ritualista
de los cuerpos se agote, exhausta,
cuentame un cuento de hadas
y déjame dormir en tu cama.

lunes, 10 de mayo de 2010

Caminé por la ruta unos cuantos metros y decidí entrar por un camino angosto rodeado de maleza, hincándome con los cardos, raspándome los brazos en la tupida vegetación que por ratos quería devorar el caminos.
Tras cuarenta y cinco minutos de andar me crucé con dos largartijas, tres borrachos que a duras penas se mantenían en pie (de los cuales, uno, intentó manosearme) y un perro mediano que ni bien me cruzó comenzó a ladrarme y me corrió por aproximadamente trescientos metros.
¡Suerte que se cansó primero él!
¿Qué tenía después de tanto caminar?
Ampollas y sustos.
Ninguna catarsis.
Ningún alivio.
Ninguna muestra de que el dolor sucumbiera.
La furia arremetía por ratos y me quemaba la nunca. Golpee un tronco un par de veces dejándome los nudillos ensangrentados.
¿Dónde estaba la calma?
¿Cuando me había olvidado la paz?
¿Desde cuando la razón me esquivaba?
¿Por qué ya no encontraba el punto de fuga?

Tenía fuego en los ovarios y me quemaba el bajo vientre. Me tomé del abdomen doblándome en dos.
Detrás del calambre logré recuperar un poco la compostura.
Lejos de estar extenuada me sentía revitalizada en una nueva horda de furia.
Volví sobre mis pasos, haciendo crujir los dientes, empujando las ramas y haciendo caso omiso a las espinas que me hacían sangrar los brazos y quedaban clavados a ellos como extraños apéndices rectos.
Me encontré con el perro que me mostraba los dientes y me vino a la mente Caperucita Roja, entonces me tiré sobre él, abriendole las mandíbulas para ver si encontraba a la dulce caperuza que a estas alturas sería ya una adolescente y estaría con su regla, como yo.
La furia aun me enceguecía, seguramente reventaría en rabiosas llamas y encontrarían sólo cenizas entre las hojas de mi libro a medio calcinar.
Seguí la maratónica lucha por atenuar los síntomas menstruales.
Antes de llegar a la ruta descubrí a los tres borrachos, dormidos...

He llegado de noche a mi casa, con calma, sin dolores ni tensiones, y traje la pata derecha de un perro-lobo que tal vez ya había digerido a la pobre caperucita, y el hígado flagelado de un ebrio. Todo atado a un mantel raído que también hallé y al que partí en dos.
La otra mitad me la puse como capa para ingresar a mis dominios convertida en la "Super Calma".
Las partes sanguinolentas ya están en sendos frascos con éter, en una repisa, como muestra triunfal de una mujer que busca la calma a la dura perversión de su ira menstrual.
¡Qué nadie tema hasta dentro de veintiocho días!

jueves, 6 de mayo de 2010

INSANO


Se esconde bajo la cama, es tan pequeño que ni siquiera se esfuerza. Su diminuta complexión queda equitativamente distribuida entre las sombras y las luces.
Siento que debería apiadarme, tomarlo y acunarlo, pero me alejo y me siento dándole la espalda.
Hay una hendidura, una falla extensa que me advierte de algunas desavenencias, de abismos punzantes, vendajes húmedos y pequeñas pastillitas blancas.
Me ofreces una cuerda y yo juego a saltarla.
Rebanas la esperanza a las 11 de la noche pero a mi me apetece desayunarlas.
Cuando la cruz del sur se enmarque cambiarás de apariencia.
Siempre te adivino rasgos extraños, como los fantasmas que antes me asaltaban en la cuna pero que de niña grande aprendí a ignorarlos, como los gatos y las cucarachas que me rozaban las piernas y que mamá me pedía dejara de inventarlos, que no había nada, que no jodiera y le cagara la vida.
A veces te mimetizas con las sábanas blancas y la mañana se me pierde tratando de encontrar tu forma asexuada.
Cuando el presupuesto falla y no alcanza, me dejan para el otro día, porque soy buena, porque no me rompo los dientes en los hombros ajenos, esos días son varios los que me acompañan.
Y si la enredadera polifacética de lo insano me abarca, prefiero vivir con ellos a ser la baratija decorativa de la celda que me está deshidratando el alma.
Mañana, cuando desenvaines tu nueva cara, trae mermeladas de raíces agrias para acompañar las tostadas de esperanza, que hoy he lamido los barrotes buscando una cura naturista y el mal sabor todavía me acompaña.

domingo, 2 de mayo de 2010

LA CARTA


Voy a ser horrorosamente cursi, asquerosamente común y tediosamente sentimental: ¡Te extraño!
Me hace falta la sobriedad de tus labios y me enfurece aceptar que todavía extraño tu inteligente diatriba.
Esta esquela tendrá que ser leída y olvidada.
No estoy segura aun de enviártela pero bien valía la pena exteriorizar lo que me mortificaba, y dejarlo como evidencia de mi sentimiento común y trillado, de mi poca originalidad a la hora de amar y extrañar.
El punto cumbre ha sido despertar, y asombrada reconocer que te había soñado gran parte de la noche.
Me senté a recorrer mentalmente las imágenes que me transportaban a otra época.
Me soñé abrazada a vos, oliendo disimuladamente tu cuello, embelesada y abrumada por tu presencia.
Te besaba.
Me acariciabas.
Te mordía.
Me invadías con tu peso, dejándome diminuta y escueta bajo tu pecho.
Me desperté cuando tu lengua, caliente y suave, jugaba a buscar la mía en la boca.
Juro que cuando desperté aun sentía tu sabor.
No logré reconciliarme con Morfeo y la vergüenza de haber caído en la cursilería de soñarte me revolvió el estomago.
Fue cuando me dejé llevar por la tentación de mezclarme en la abulia de otra situación común: escribirte una carta. ¡Esta!
Hace dos meses que me revuelco en tu ausencia y aun no me acostumbro.
¿Qué habrás visto que te llevó a cometer la hazaña de dejarme?
Juraste que me escribirías y que entre estudio y examen, seguro, encontrarías el tiempo necesario para una visita.
Hoy, no te diré que aun te espero porque no es así, cada vez que golpean a mi puerta la sensación de felicidad me noquea un rato.
Todavía estoy en la incertidumbre.
Cuando meta el papel en el sobre que tengo al lado seguramente ya estaré convencida de completar el ritual ridículo de todo enamorado.
Odio caer en lugares comunes, odio pecar de predecible, pero los acontecimientos a veces lo ameritan y el amor siempre es uno de ellos.
Hasta pronto o adios amor. Tu lo decidirás.


Escarcha.


Nunca envié la estúpida carta, me senté a hojearla y era tan usual, ordinaria, común que me sacaba ampollas en los dedos de sólo tocarla y me brotaban de los ojos, gotas rabiosas de pus, al verla.
Abrí grande la boca, regurgite jugos enzimáticos para triturarla y me senté a verla destruirse.
¿Que habrá visto él, en mi, que lo obligo a alejarse presuroso aquella tarde?
Una vez disuelta la carta desate el ombligo, introduje lo que quedaba del papel en la segunda cavidad estomacal, y volví a hacer el nudito.
¡No entiendo que pudo ver!

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