Monstruos que retozan en este sitio:

martes, 29 de junio de 2010

RESPETARAS MIS CICATRICES (EL FINAL)

8 meses, 3 semanas.
El aire olía distinto. La Yeya se incorporó y lo olfateó.
Hay algo animal en ella que se contrae y se distiende queriendo salir.
Hay algo salvaje, libre, una luz blanca que se aproxima por debajo de las uñas, aprovecha los poros, los huecos, las fisuras, las llagas... ¡está por salir!
La Yeya camina sin titubeos, es como si pudiera hablar con el aire y saber de direcciones. Por ratos se agacha y toca la tierra, la siente, la absorve... y sigue.
Se para frente a los matorrales y sonríe.
Quiere al niño y la visión de sus manitas le hace sacar fuerza de flaquezas.
El cuerpo de la Yeya cae pesadamente al suelo y erguida queda una imagen fulgurante, hay luz y calor, hay una belleza innegable. Esconde el cuerpo que usa ante los hombres y entra, haciendo brotar las ramas secas con sólo rozarlas.


El cuerpo de la Negra Marta, tirado en la tierra, laxo, está a unos 15 mts.
Los niños se esconden abrazados, algunos se tapan los ojitos, otros los oídos.
La negra Marta tiene las piernas abiertas y una forma luminosa, negra y roja, está inclinada sobre ella, con una brazo le aprieta el vientre y con el otro intenta sacar al niño, metiendo la garra por la vagina.
La Yeya no se sorprende, sospechaba que ese demonio existía en aquel corazón muerto, en aquellos ojos rojos, en ese cuerpo que maldecía su maternidad.
Hay sangre en la tierra y el barro que forma le ensucia las piernas.
-¡Negra Marta!- grita el ente que en la cotidianidad de los humanos se hace llamar "Yeya".
Esa imagen siniestra se levanta sin mirarla y alza en alto al crío que llora, lo acerca y coloca la boca como ventosa sobre la carita manchada y succiona.
La Yeya se tira sobre el demonio, intenta tomar al niño pero éste cae pesadamente sobre el cuerpo de la Negra Marta y el ente roñoso que habita en la mujer gorda, se revuelca gritando, hasta que se levanta y ataca.
La furia es colosal.
Cuando se funden en abrazos rabiosos, los truenos resuenan.
Cuando se arrancan retazos de luces, las ranas lloran.
Cuando se muerden los ojos furiosos, el viento se asusta y contiene el aliento.

...

Las plantas apenas se mueven a su paso. Llega y se viste con el cuerpo de la Yeya. Llora y mira al cielo.
Hay 4 niños translúcidos que la acompañan ceremoniosos y uno de ellos carga el ángel del bebito. Todos blancos y puros.
La Yeya les muestra el camino besándoles los rostros y los 5, juntitos, se alejan evaporándose a través de un manzano que al instante da flor.
La Yeya regresa llorando, arrastrando los pies, rasgándose la piel con las espinas, espantando a la noche con sus lamentos.

El cuerpo de la negra Marta aun continua tirado en algún lugar del monte y su demonio de odio, yace a su lado.

Fín

domingo, 27 de junio de 2010

RESPETARAS MIS CICATRICES (3º parte)

Nadie preguntó por el desaparecido. Nadie lo extrañó. Una mano menos para pedir, un poco más para cada uno.
La Yeya empezó a cruzarse seguido con la Negra Marta e intentaba acercarse, aun a pesar del terror que ésta le producía. Pero el vientre que se hinchaba y guardaba a ese diminuto ser la atraía.
Al suyo lo había perdido unos años atrás cuando era un angelito de días. Cuando aun los ojitos no lograban enfocar su rostro. Cuando sus manitas no sabían aferrarse a sus dedos. Cuando sus bracitos no supieron de ofrendas de amor en duros abrazos.
La Yeya quería a ese niño, quería llevárselo y criarlo como suyo.
Durante las noches, acostada en el banco de la plaza, lo soñaba y se despertaba llorosa ante la certidumbre de que pronto dejaría de estar sola.
No imaginaba un "no" por parte de la Negra Marta. Y cuando el séptimo mes se acercaba tomó coraje. Esperó a que saliera de la oscuridad en la que estaba con otro de los sucios hombres con los que intercambiaba sexo por comida.
-Quiero al crío- le dijo sin vueltas.
La Negra Marta la miró mientras comía pan y siguió caminando.
La Yeya se quedó perpleja e imaginó que no la había escuchado.
-Quiero al crío que vas a parir- le repitió, acompañando su paso.
-Este es mi cuerpo y las basuras que llevo dentro son mis errores. Por lo tanto soy dueña de hacer con eso lo que se me antoje. No me molestes más- dio unos cuantos pasos y volteando concluyó- Soy una mujer que vivió la vida de mil mujeres. He conocido toda clase de sufrimientos, enfermedades, privaciones, vejaciones. Nací y crecí bien, estudié en los mejores colegios. Todo lo tuve. Un revés del destino me trajo hasta aquí. Aprendí que en la vida se hace lo que se quiere y si quiero a la basura muerta... la basura morirá... no te acerques y respetá mis cicatrices.

Se fue masticando su pan, caminando lento, acomodándose de tanto en tanto la pollera sucia, maloliente y casi a punto de caer deshilachada.
Los 4 niños translúcidos pasaron mirándola.
La Yeya sabía que los críos nunca abandonarían a la madre y que aunque esta les había negado la posibilidad de la vida... ellos la amaban.
Se sentó en el piso, aun confundida, y abrazando su vientre estéril y seco... lloró.


continuará

viernes, 25 de junio de 2010

RESPETARÁS MIS CICATRICES (2ª parte)

La Negra Marta cada 2 o 3 semanas, se metía en la oscuridad del fondo de la iglesia y le chistaba al "mudo". Pero sólo cuando ella quería y tenía ganas. La primera semana el "mudo" intentó avanzarla y la Negra Marta le pego en la cara con tal potencia que una mancha rojiza lo acompaño un buen par de horas.
-¡Cuando yo quiera!- le aclaró y no hubo necesidad de repetirlo. Era una mujer que exudaba potencia, fuerza, odio... podredumbre también.
A la Negra Marta no solo la sentías, la olías y la veías a lo lejos... también le temías.
Dos meses después la Yeya veía colores distintos alrededor de la mujer enorme.
Tenía un embarazo y sabía que detestaba al crío que había anidado en su cuerpo, así como a los anteriores, a los cuatro anteriores, a los que había borrado de su vientre ni bien se enteraba que existían en ella.
La Negra Marta empezó a odiar también al "mudo".
La última noche que se lo vio vivo, fue invitado por el cuerpo avasallante y excitado de su amada. Esta vez, se lo llevó lejos, a una casucha abandonada. Lo tiro al suelo y cuando se levantó la pollera larga y lo dejó entrar en su sexo mojado, mientras casi saltaba sobre él, le apretó el cuello con las manos anchas y grandes, callosas y fuertes hasta que el "mudo" dejó de respirar. El orgasmo llegó unos minutos después con el muerto dentro de su cuerpo.


Continuará

miércoles, 23 de junio de 2010

RESPETARAS MIS CICATRICES


¿Cuantos años tendría? ¿Cuanta mugre cargaría? ¿Qué tipos de enfermedades minarían ese cuerpo? ¿Qué nivel cultural llevaría como sombrero en su mente?
Caminaba hasta la Iglesia y se sentaba en la escalerilla con la mano al frente. Pidiendo limosnas. Exigiendo monedas. Agradeciendo a desgano e insultando cuando pasaban sin mirarla.
La Yeya le tenía miedo, era indigente pero loca también. Andaba por la vida caminando casi como cubriéndose con los hombros, a la defensiva, viendo seres que no existían, observando auras que en la tibieza de su cruel alienación tenían significados según el color y la sensación que ha ella le producían.
La Yeya, a la Negra Marta, no se le acercaba.
Cada vez que la veía pasar se alejaba unos pasos y la quedaba mirando, luego trataba de hacerse la tonta y no darle importancia a los 4 niños que la seguían.
4 niños translúcidos. 4 niños que aun no estaban seguros si ella podía verlos o no. Siempre caminaban en fila india por detrás de la Negra Marta, los dos más pequeños jugando entre si.
Eugenio, el mudo, le tenía ganas.
Todos se daban cuenta de eso. La miraba y se tocaba el bulto. Se limpiaba la baba que le caía con la manga hedionda de la camisa y le susurraba piropos picantes.
Un sábado a la noche la Negra Marta lo miró de reojo y le sonrió mientras deslizaba sus amplias caderas hacia el fondo de la iglesia, entrando en la oscuridad y desdibujando su silueta en la espesura de la noche.
El "mudo" no se hizo de rogar y la siguió apurado.
La Yeya se apartó y antes de cruzar la calle dio una última mirada. A la cabeza le llegaban los jadeos y manotazos deboradores de sexo, lenguas furtivas, piernas en alto. La mirada de la Negra Marta a través de la oscuridad la hizo correr, los ojos rojos atravesando la noche, el odio y la virulenta violencia que exudaba le pegó en la espalda obligándola a cruzar la calle sin mirar siquiera, un auto casi la choca, pero el miedo que se había apoderado de la Yeya hizo que apenas se diera cuenta de eso.

continuará

lunes, 21 de junio de 2010

¡Un gatito habría sido mejor!


-Hazlo- ordenó y sonó a sentencia
-Si lo hago, diré que me lo ordenaste y no me creerán, dirán que estoy loco y que soy incapaz de hacerme cargo de mis acciones.
-Hazlo- tronó la voz e hizo eco.
La mujer entró y lo encontró parado en medio de la habitación, mirándolo atento.
-¿Pasa algo?
-Firulais me obliga a hacer cosas, me las ordena y exige obediencia.
Ella miró al perro unos segundos y luego al hombre, se encogió de hombros sin saber como responder a la broma y tomando lo que había ido a buscar, salió de la casa.
-Comienza por ella- gruñó el animal.
El hombre bajó la cabeza, tomo el martillo y salió.
Mientras la seguía e intentaba alcanzarla pensaba que un gatito hubiese sido una mejor mascota, de todas maneras mañana iría a la veterinaria para ponerle la vacuna contra la rabia, tal vez así los caprichos del perro se calmarían y podría dejar de salir a matar en medio de la noche.
Ella escuchó los pasos apurados, se dio media vuelta y el martillo se incrustó en el cráneo.

viernes, 18 de junio de 2010

Distintos. Vos y yo

Distrae tus labios con los míos,
juega al escondite bajo mis manos, utiliza mi piel como disfraz y encuentra la pasión que tu soledad buscaba.
Rompamos moldes y estipulaciones,
partituras y reglas ortográficas.
Salgamos a la calle saltando sobre las rodillas y dándonos lenguetazos desesperados.
Que nos miren y nos sonrían o nos gruñan desaprobando, pero que tu desolación y la mía, juntas, destruyendo camas de una plaza no pase desapercibida en las jornadas exasperantes de la nada.

lunes, 14 de junio de 2010

¡Se acerca!

Mañana cuando el silencio se acabe y las voces me descubran escuchándolas a través de las paredes, la risa rota del infierno buscará cobrar el alma que se postuló como suya.
Me perseguirá por el cuarto como cada mañana lo ensayamos, me esconderé bajo la cama y cuando escudriñe sus pezuñas acercándose, cerraré los ojos, los puños, la boca y la vida para no ceder a sus caprichos de poder.
No me llevarás, correré y atravesaré las paredes. Me esconderé entre los cimientos de mi casa y acurrucada le pediré al silencio que no parpadee.

Comprendo que decidió anticiparse.

Se acerca... ¡se acerca!
Aguanto la respiración pero el tronar del corazón me delatará.
¡Dios, el tronar del corazón!
No me encontrarás, no me descubrirás, no me llevarás, no seré tuya.
¡El tronar del corazón!
Tomo la trincheta... el tronar del corazón... las pezuñas que suenan acercándose... la punta que rasga la piel.
¡Te acercas pero no me encontrarás!

lunes, 7 de junio de 2010

LA PARED

Ladrillo, cemento, ladrillo, cemento...
Despacio; trabajo delicado; amoroso; casi, casi... ¡hecho con amor!
Ladrillo, cemento, ladrillo...
Faltan dos líneas, tres como mucho.
Comienzan los aullidos, gritos histéricos, aterrados. Ruegos, insultos, luego ruegos otra vez, súplicas.
Sólo su voz estremece el éter. Está casi afónica pero se desgarra la laringe lastimada clamando piedad.
Los vecinos no tardan en llamar a la policía.
Se sientan y esperan.
Espían por las ventanas.
Controlan los minutos.
Sudan las manos y la espera sufre la agonía de la que ya casi no esgrime sonidos.

Sirenas, golpes en la puerta, avisos de entrada forzada.
Puerta destrozada, maderas desastilladas.
Los curiosos copan las calles en espera de un feliz desenlace... ¡o tal vez no!

El sargento Fernández ingresa con el agente Martinez y la cabo Sandez.
Revisan la casa sin encontrar víctimas ni victimarios, hay indicios de lucha y unas cuantas manchas de sangre.
La cabo Marcela Sandez descubre una puerta oculta detrás de un mueble viejo que está corrido, alguien ingresó o salió sin ponerlo nuevamente en su lugar.
Entran.
El habitáculo no es muy grande y en una esquina hay una pared recién construida que sella ese ángulo recto convirtiéndolo en una celda de asfixia y muerte.
La pared cede sin grandes esfuerzos.
Ella está golpeada y al borde del desmayo, semirecostada, sobre un montículo cubierto con mantas roñosas.
El sargento Fernández la saca ayudado por el agente Martínez.
Cuando cruzan la puerta, la cabo Sandez se asegura de que estén lo suficientemente lejos y saca la manta que cubre los baldes vacíos con restos de cemento y los ladrillos que sobraron.
Los esparce por fuera de la celda destruida y borra todo tipo de evidencia de que la pared fuera trabajada... desde adentro.
Cuando sale, la orden de captura del marido golpeador que ahora carga con un intento de homicidio, ya ha sido dada.
La víctima que poco a poco se recupera mira de soslayo a su amiga, confidente, cómplice, amante, y la cabo Sandez le regala una sonrisa que la calma.
Se recuesta en la camilla de la ambulancia y sólo espera que la fama que él se hizo a base de golpes de puño complete la trama y la deje, por fin, vivir tranquila entre los brazos y besos de su mujer policía.
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