Monstruos que retozan en este sitio:

sábado, 28 de agosto de 2010

La frase

¡Sólo espero que no me duela!
Camina bordeando los grandes rosales de su abuela, es hora de visitarla, hace mucho que no la ve.
¡Sólo espero que no me duela!
Está sentada a un costado de la casa, a la sombra de una parra, tomando mate con chipaco. Sonríe. Tiene esa mirada cansada y siente que la ama aun más cuando reconoce cada arruga que le surca el rostro. Se sienta frente a ella y aspira profundamente el perfume de su cabello, que la suave brisa le acerca a sus sentidos.
¡Sólo espero que no me duela!
No le habla, sólo se limita a mirarla.
La abraza, siente su calor. Su "mami", su "abu", ¡viejita linda!
No entiende porque, el momento que lo colma de dicha, se ve interrumpido por esa frase. ¿Por qué no deja de pensarla, de decirla?
Sale y se dirige a la casa de su hermano, debe despedirse también de él, estaría mal partir sin un "adios". ¿Pero a donde va?
¡Sólo espero que no me duela!
Él duerme la siesta.
Por un instante se sorprende de la velocidad con la que pasa de un lugar a otro, cree que está por entenderlo todo, la verdad está muy cerca, ya está llegando... sólo debe completar el ritual.
Se acerca y le besa la frente. Su hermano se sobresalta y se sienta en la cama.
Se aleja lentamente sin dejar de mirarlo, quiere llevar esa imagen en su mente siempre, ¿podrá recordarlo luego? ¿recordará algo de todo lo que deja?
¡Sólo espero que no me duela!
Regresa.
¡Sólo espero que no me duela!
Lo está comprendiendo todo, la realidad ya está asimilada.
Entra a su casa y se ve, sentado en la silla, con la cabeza tirada hacia atrás.
Los ojos semi cerrados y la boca abierta en la última frase que dijera antes de dispararse al corazón...
¡Sólo espero que no me duela!-

jueves, 26 de agosto de 2010

en la naturaleza...

Ocho de la tarde, el sol no es más que un delgado paño violeta en el horizonte.
La madriguera está vacía.
Las huellas reptan en la sequía de una tierra desolada, a los 50 metros el rastro se alza y unos pequeños pies suplantan el serpenteo.
Rodrigo y Javier retornan a sus hogares, hablan del trabajo y de los amores barajando los temas y entremezclandolos.
En el monte que rodea el camino se escuchan ramas que crujen, hojarascas que chistan... alguien se acerca sin el menor disimulo.
Uno se para tratando de abarcar con la mirada todos los ángulos, el otro se apoya espalda con espalda y levanta los puños instintivamente.
El ruido se ha detenido.
-¡Es un chancho!- se ríe Rodrigo del susto que les ha puesto la cara blanca.
Quieren iniciar el camino y algo salta delante de ellos.
Mide poco más de un metro cincuenta, tiene la piel rugosa y gruesa, los ojos pequeños y un cuerpo delgado, extraño, casi deforme.
Grita desarticulando las mandíbulas y moviendo la cabeza pelada de un hombro al otro, como si el cuello no tuviera un esqueleto como contención.
Rodrigo grita espantado y corre unos metros hasta que se percata del silencio.
Sus pies levantan polvo en la huida.
Sus pies.
Sólo sus pies.
Es un segundo de reacción y descubrimiento.
Está corriendo sólo, ¿donde está Javier?
Se para y gira, hay una boca desarticulada que le jadea en el rostro.
Tiene el mentón de un rojo brillante y las vísceras de su amigo aun le cuelgan de los dientes.
Ya no hay tiempo de correr.
Cierra los ojos y siente como le crujen los huesos ante el poder de aquellas mandíbulas.

En la espesura del monte convergen la belleza de la naturaleza con su faceta grotesca, que a veces sale de su escondite, y nos enfrenta.--

miércoles, 25 de agosto de 2010





Gracias monn1n!t4!!
http://ins9irac10nlun4r.blogspot.com/
por los premios "heroina", "leyendas obscuras", "blog ingenioso" y "el premio SWEET BLOGGER"

lunes, 23 de agosto de 2010

ESA NOCHE


Esa noche es una noche diferente.
Existe un silencio tácito que desata desasosiego, que turba y por ratos provoca desesperanza.
Musaraña lo ha estado sintiendo desde que el sol comenzara a ocultarse. Ni el piar de un pájaro, ni el aleteo de algún murciélago.
Tiene que sacar la bolsa con la basura y lucha contra su "mal presentimiento" tratando de encontrar la lógica que le calme la brutal palpitación.
Abre la puerta y respira hondo, la noche más negra se alza a sus pies y ni siquiera su luna se apiada de su temor, esa noche se escapa con las estrellas para bailar en alguna otra fiesta.
Toma coraje y corre hasta el contenedor, lo abre y antes de introducir la bolsa algo se agiganta, amorfo, y levanta garras que intentan atraparla. Es una bestia, un ente desagradable, una fuerza no-humana.
Musaraña grita aterrada y suelta la tapa que cae produciendo un estruendo. Corre a esconderse. Corre a cerrar puertas y ventanas con llaves y trabas. Corre... ¡Corre!
Siente que la siguen, que si se da media vuelta, el monstruo estará en su cuello listo para morder la carne tierna y aspirar su alma toda a través de los labios.


Escarcha ríe entre dientes mientras, todavía dentro del contenedor, se saca el maquillaje de la cara. Es un juego perverso, un hobby maldito.
Cuando está estresada se disfraza, maquilla y sale a espantar en las noches sin luna, para luego regresar a su casa más tranquila riéndose con grandes carcajadas de los asustados.
Escucha que se acerca el camión triturador de basura y se apura a salir. Quiere levantarse pero no puede... mira que es lo que la mantiene cautiva y descubre unos brazos huesudos y grises, aún más profundo... dos ojos amarillos.
Ahora la victimaria devenida en víctima aulla, pero el ruido de la trituradora lo oculta.
El contenedor es vaciado y la basura reducida.
Cuando el camión arranca un brazo gris, a medio destruir, cuelga grotescamente, abanicando en el aire su espanto nocturno.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Cariño nonato (final)

El esfuerzo desmedido cesó cuando él cayó de entre sus piernas, no quiso mirar, respiraba tratando de llenar los pulmones que por ratos parecían no funcionar.
Nuevo esfuerzo, algo escurrió… más suave, sin peso.


Todo era una nube de dolor y sangre. Se sentó y por fin volteó. Su cuerpo acababa de expulsar una especie de bolsa sanguinolenta y tapaba lo que en un primer momento había caído. La levantó con oscuro asombro y pudo comprobar que una criatura se movía.
Lo veía con la boquita abierta en un llanto que no lograba escuchar.
¿De donde había salido aquel niño? ¡No podía ser suyo! Estaba demasiado confundida y adolorida. Se animó a acercarse y mirarlo cuidadosamente.
No, no era un bebe, era algo siniestro y maldito, el niño tenía la nariz de ese hombre y hasta parecía oler como aquel. Lloraba fuerte y le extendía las manitas, desesperado. Intentó sentir algo… ¡Por Dios que quiso sentir algo!
Lo tocó…
¿Era de ella? El niño hambriento de leche y amor se aferró a su dedo y la niña mujer presintió que a través de él se abriría paso la mano de aquel hombre y la dañaría de nuevo… el estomago se le contrajo, se hizo a un lado y vomitó.
Lo siguiente que recordó fue el rostro sereno de la madre, cuando la vio entrar con el camisón y los brazos sucios de barro y sangre, y las palabras que nunca más olvidaría y la catapultarían a la locura.
-Ahora si, por fin, podemos olvidar todo.

………………………..

Morena tenía pensado hacer empanadas para vender el domingo y quería dejar todo preparado para no correr a último momento. Con el primer atisbo de luz se levantó y su hija de diez años la siguió.
-Dormí Lorenita, voy a buscar leña y vuelvo enseguida.
Ma´ ya estoy despierta! Quiero ir.
Morena se dio media vuelta y miró sonriente a la niña, asintió con la cabeza y salieron del brazo.
Ella sabía donde buscar, con el machete en mano y conversando risueña, caminó segura por entre la maleza. Al llegar a un claro lo escuchó.
Shhh!- silenció el monólogo de su hija.
-Es un gatito- susurró Lorena agazapada a su madre, temerosa.
-No, no es eso- exclamó segura y dirigió sus pasos a un costado del claro, hacia un montón de ramas apisonadas. El corazón le latía con brutalidad y a medida que se acercaba al suave quejido, una especie de electricidad le recorría la columna vertebral. Bajó las ramas con la mano y desnudando miedo asomó el rostro.
Había una criatura sucia de sangre y barro, semienterrada.
Los bracitos sobre el pecho, respirando con dificultad.
-¡Hay virgen santa!- gritó en un sollozo.
Lorena corrió hasta allí asustada y el niño, al escuchar la voz cercana, inició un llanto débil y quejumbroso, quería levantar la vocecita pero la fuerza que le quedaba era mínima.
Morena se arrancó la camisa, volando los botones en varias direcciones y empezó a envolverlo mientras desenterraba la mitad del cuerpecito que tenía tapada.
Lloraba a lágrima viva mientras lo acurrucaba en su pecho, Lorenita también gimoteaba y le besaba la cabecita en un brote repentino de instinto maternal.
Morena tres meses antes había dejado de amamantar a su hijo menor de dos años pero aún lo hacía con el hijo de una vecina enferma. Sacó el pecho del corpiño y se lo ofreció desesperada. El pequeño niño mamó con debilidad y poco a poco con mayor fuerza.
Por ratos soltaba el pecho y lloraba agitado… esa noche el hambre y la muerte le habían besado los labios. Esa noche la mujer que lo pariera lo había despreciado.
Morena y Lorenita corrieron a la casa y pronto todas las vecinas se apuraban con ropita y pañales. Don Juan prestó la camioneta y entre varios llevaron al niño al hospital.
La historia del encuentro era contada una y otra vez y todos lloraban emocionados.
El niño dormía tranquilo.
Internaron a la criatura en neonatología y la historia fue contada nuevamente una y otra vez. Todos agradecían al destino, a Dios, a la Virgen o a quien quiera que haya actuado a favor de la vida aquella noche, y maldecían a la mujer que lo pariera e intentara enterrarlo aun vivo sin un mínimo de clemencia, sin haberlo mirado bien a los ojos y encontrado a su propia sangre en él. Una mujer que no sabía de piedad ni amor, de felicidad ni perdón…

…En la sala contigua atendían a una joven que había entrado, en estado de shock, con un profundo corte en el antebrazo derecho en un intento por abandonar la vida.

lunes, 16 de agosto de 2010

Cariño nonato (primera parte)


No importó la fuerza que realizó para resistirse, el hombre la sometió a sus bajos instintos, golpeándola, humillándola con palabras atroces, abriendo la carne que la niña mujer cuidaba con preciado orgullo.
No le bastó el martirio físico que le impuso a ese frágil cuerpo, antes de retirarse terminó de rasgarle la ropa dejándola semidesnuda, herida, avergonzada y vencida, en medio de ese basural maloliente al que había sido arrastrada.
La niña mujer lloró fuerte y a los gritos con la esperanza de que alguien la escuchara. Veinte minutos después se irguió con dificultad y arrastrando los pies se alejó del lugar tapando su cuerpo con pedazos de tela, la ropa había quedado reducida a jirones enlodados.
Quería llegar a su casa y hundir la vergüenza en el pecho de su madre, desarmarse en su regazo en piezas diminutas y que nadie pudiera rearmar. Quería perder la mirada y no volver a ver aquellos ojos lascivos, esa nariz curvada que le daba el aspecto de un ave carroñera. Todos los sentidos, quería perder. ¡Todos! Olvidar el olor a suciedad y alcohol. Desterrar la sensación, aún tangible, de aquellas manos en torno a su piel.
El dolor de la madre, la desesperación e impotencia no ayudaron mucho.
La denuncia policial no se hizo para ocultar la vergüenza.
Los días que le siguieron fueron torturas para su sensible psiquis. Las huellas de la violación quedarían en su mente, en el alma, y pronto crecería en su vientre.
La falta de menstruación se la ocultó a su familia y se la negó a ella misma. Se torturaba enfundándose en duras fajas y de noche, dormida, se pellizcaba el vientre, desnudando entre sueños, el odio y rechazo que sentía por lo que crecía en su interior.
En el sexto mes comenzó hincharse… los pies eran brasas ardiente al caminar. La faja ya no podía ocultar el ensanchamiento de caderas y se sometió a rigurosas dietas. Cuando se recostaba y miraba el vientre, extraños bultos aparecían y desaparecían a simple vista. Algo crecía en su interior, rápido e insolente, desoyendo los lamentos de la que lo albergaba. Ella no quería imaginarlo y jugaba a ignorarlo.
Un viernes a las tres de la mañana se despertó desbordada en profundos calambres, lloraba tapándose el rostro y ajustando una mano en su boca para enmudecer cualquier quejido o sonido de dolor.
Desesperada se levantó de la cama y un líquido caliente le bañó la entrepierna.
Su violador seguía torturándola con las secuelas, que su cuerpo se negaba a olvidar.
En realidad era líquido amniótico lo que mojaba su ropa interior, pero ella no lo sabía. Se sacó la prenda intima y corrió a la calle en camisón. Dos cuadras más tarde ingresó en una zona montuosa. Por momentos era tan profundo el dolor, que tenía que agacharse y arañar la tierra, dejando en ella parte de las uñas. Corrió unos metros más hasta que su anatomía no pudo seguir, cayó de rodillas y apoyando las manos en el pasto, pujó con furia, el rostro enrojecido y bañado en sudor. El instinto le decía que hacer y ella obedecía… en silencio.
Abría la boca en un mudo grito delirante y miraba el cielo implorando piedad.

...

jueves, 12 de agosto de 2010

OTRO MUNDO

Caminar por los rincones del ocaso farfullando incoherencias era una rutina. La soledad dentro del grupo lo estaba consumiendo, la soledad entre tantas voces, la quietud entre tantos ajetreos, la perversidad de esas sonrisas, de esas manos que a veces se extendían lascivas.
Aquellas antecesoras que habían soñado un mundo distinto y que desde lo alto se apoderaban de sus vidas, tenían que ser aniquiladas. Entre ellas estaba su madre.
Desde el rincón de su pulcra inmundicia la miraba y barajaba las mil maneras de matarla y que cayera desde su alto pedestal en forma lenta y parsimoniosa para que pudiera regodearse en la fisonomía grotesca del terror cincelada en sus arrugas.
¡La utopía no era suya!
Aquel mundo distante del otro lo sofocaba y hería.
¿Quiénes eran ellas para obligarlo a vivir en ese sepulcro?
Ese personaje extraño y perdido que llegara hace un tiempo le había contado de una civilización paralela, de hambrunas y matanzas, de guerras y drogas, de anarquías y genocidas… pero todo llevado a cabo por las manos habilitadas para elegir entre el bien y el mal. Por mentes que crecían rabiosamente libres.
El hombre le habló del mundo paralelo y antes de que su madre mandara la orden de matarlo le sugirió:
-Escapa por la fisura del bosque, corre siguiendo las aguas mansas y llegarás al mundo de los hombres.

Fueron sus últimas palabras, y le taladraron los sesos sacándole bríos de odio y valor de cansancio. Esa noche, el hijo de la gran mujer, siente que se ahoga en la soledad de su celda, que se hunde en el abismo de su doloroso estigma.

El origen del infierno se remonta a varias décadas atrás con la huida de una joven mujer violada y embarazada junto con otras más que cargaban sus vientres fecundos como si fueran equipajes de vida.
El hijo de la gran mujer vive siendo hombre en ese enclave de hembras.
Aquel día que ella lo parió y lo descubrió macho su futuro fue signado.
-Cuando las celdas nos quedan chicas alguno sale y ya no vuelve- le comentó al extraño hombre aquella vez -pero como soy el hijo de la mujer que domina en lo alto, ni la muerte merezco, me llenaré de larvas en la sucia escoria de mi vida. Ojala y pudiera salir y matarla. Ojala y pudiera perderme en el abismo del bosque en busca de la libertad-


Cierra los ojos y se sume en un sueño corto, quiere olvidar la neblina que le corta el paisaje en dos, quiere olvidar el silencio en los graznidos y el verde en ese engendro de clorofila que lo rodea, pero es lo único que su vida conoce entonces se duerme y sueña que la domina y se hace dueño de su aliento.

lunes, 9 de agosto de 2010

DUENDES DEMONÍACOS

Cercaron la entrada a la casa y se apostaron debajo de cada ventana. No les interesaba pasar desapercibidos.
Esa noche no.
Esa noche estaban para otra cosa.



La mujer se abrazó a su hija adolescente que no lloraba para no aumentar la tensión, pero los dientes le castañeaban furiosos y le era imposible sostener firme el palo que levantaba en alto por sobre los brazos de su madre que la protegían, que intentaban ampararla de esos pequeños demonios
Ellos querían entrar a la casa pateando puertas y ventanas, lanzando risitas histéricas y aullidos guturales, algunos roncos, otros perversamente extraños.


La casa, tipo chalet, estaba construida en una zona residencial, con arboledas perfectas y grandes jardines. Era un sector apacible, hasta aquella noche. Los vecinos estaban a unos 100 metros y tal vez tan aterrorizados como ellas.
Durante la luna llena de cada 5 años bisiestos, los duendes del monte entraban en celo y buscaban aparearse. Copulaban con las hembras bajo las hojarascas, en las cuevas, entre las copas altas de los árboles. El apareamiento los ponía violentos. Atrapaban a sus hembras, que eran mucho más pequeñas y las penetraban de forma impulsiva, lanzando gritos locos, mientras entraban en una dolorosa y perversa mutación convirtiéndose en especie de perros enanos, sin pelos, con hocicos puntiagudos y rostros humanoides. Luego de este ritual que duraba exactamente dos días y en el cual la hembra quedaba preñada, ellos corrían como desaforados, en busca de comida y dejando salir la violencia contenida que los convertía en verdaderos duendes demoníacos.

Uno de los que golpeaba la puerta, logró derribarla. Quedó en el umbral, respirando agitado, mirando como las dos mujeres chillaban y se abrazaban una a la otra… el duende alienado saltó sobre ellas.

La carnicería dura casi cuarenta minutos. Durante este tiempo no existe manera de protegerse. Si encuentras a uno será la premonición de una muerte violenta.Esas noches, hasta las hadas esconden su brillo porque el inframundo surge convertido en duende alocado, alienado, demencialmente hambriento… de tu carne.

martes, 3 de agosto de 2010

DULCE NENITA

Que exquisita situación, ¡me ha dicho que si!
Me mordí los labios, me pasé la lengua mojándolos, mientras jugaba con un mechón de mi cabello fingí ser la niña más dulce y tímida que los ángeles pudieron vestir.
Sugerí ideas, poniendo silencios en los lugares correctos, él guió la conversación. Me ruboricé cuando hacia falta y lancé risitas chillonas ante las sugerencias. ¡jejeje!

Mi faldita cuadrillé estaba milimétricamente medida. Varios centímetros sobre la rodilla, 3 centímetros por debajo de mis duritas nalgas. ¡oh!
La camisa abierta con prolijo descuido y mi corpiñito con encaje asomando un poco por el escote. ¡jijiji!
Está en la habitación esperando a la dulce niña con la bombachita mojada, que acaba de conquistar.
Me sugirió un juego con esposas y ante mi temor aceptó ser el primero en jugar...
¡Está esposado al cabezal de la cama, como en las mejores películas de perversión!
Me quito el labial rosa que uso cuando pesco, y me pongo el de color negro que deja marcas abstractas cuando los muerdo! (al fotografiarlas quedan fantásticas)
Está esperando a la tierna niña... las tijeras tienen poco filo, así me gustan.
Está esperando a la dulce criatura... la hojita de afeitar está herrumbrada, así es como me excita.
No tienen porque preocuparse, cuando me voy me aseguro de dejarles un buen cicatrizante y alcohol para desinfectar las heridas.

Nunca denuncian a las dulces nenitas que se mojan la boquita con chupetines rojos mientras juegan a cruzar las piernas dejando al descuido el borde de encaje de la bombachita.

lunes, 2 de agosto de 2010

LA MUELA

¿Seré capaz de contarlo? ¿Tendré las bolas suficientes?

El dentista me había dejado doliendo la muela.
-¿pa´que mierda me voy si me va a dejar peor?- pensaba mientras me tomaba un ibuprofeno.
Abrí la heladera y había solamente coca cola... era noche de cosas más fuertes.
Agarré la campera, salí del departamento para comprarme un vinito y olvidarme de las caries que me punzaban en la mandíbula.
Dos cajitas de tinto, una abierta en el camino y tomada en el trayecto de aproximadamente tres cuadras. A los quince minutos entre eructo y mareo llegué a la esquina de mi casa, me senté en la vereda y abrí la segunda cajita.
Recuerdo que pensé en el gusto de poder tomar un vino barato, con sabor a óxido, que me tritura el hígado y sin ninguna novia o madre al lado que me esté mirando fiero.
Pero vuelvo al relato...
Terminé de tomar mi segunda cajita de vino, que no era tanto, estaba acostumbrado a más, y me dispuse a seguir mi trayecto. Doblé la esquina y una sombra se dibujaba perfectamente en el borde del edificio... en el que vivía, al que debía llegar.
Debo admitir que pensé en algún borracho baboso, como yo, que me pediría un billete pa´l cigarrito o para otra cerveza. Esperé que fuera eso y no uno que me golpeara para sacarme la billetera con mis 2 pesos con 50 centavos que me sobraban del día.
Caminé tratando de hacerme el pelotudo, silbando un poquito.
Cuando estuve a su altura lo miré de reojo, se adelantó un poco, ahora que lo pienso creo que se adelantó a propósito, se adelantó para que la viera... "la viera".
Porque no era un tipo, era una mujer.
Tenía la piel pálida y vestía de negro. Recordé todas las historias de miedo en donde se mencionan a las mujeres de blanco y traté de buscar cierto alivio en esto, al mirar el atuendo oscuro.
Ella se acercó, se acercó mucho... retrocedí.
La muy guacha me tomó de la entrepierna y me apretó el bulto.
Olía asqueroso, estaba borracho pero no tanto como para no percibir el olor a podrido que le salía de la boca. ¿Por qué tuve miedo? ¿Por qué me paralicé? ¿Qué había en ella o que percibía?
La mina no era normal. No puedo explicarles pero no era algo usual, ordinario, común o humano.
Grité. Me tomó de los hombros, me hizo estrellar contra la pared y me babeo todo el cuello. No soy maricón, intenté salir, intenté sacármela de encima... pero lo único que podía era gritar.
Cuando los perros comenzaron a ladrar se hizo a un lado y aulló.
Recién ahí pude verle la cara, la boca sin dientes, la lengua larga que sacaba mientras aullaba y los ojos rojos... los ojos rojos.
Cuando los perros gruñeron y se acercaron para atacarla ella se tiró sobre mi y me tapó practicamente toda la cara con la boca inmunda.
Pensé que me tragaría. Que era mi último suspiro y que encontrarían mis huesos al amanecer, después de que la mujer me digiriera.
Uno de los perros que ladraba se acercó furioso y la mordió.
La mujer chilló con fuerza dejándome la cara mojada y la nariz libre para respirar, acto seguido se agazapó a la pared del edificio y trepó por él hasta entrar por una ventana abierta... la mía.
Estoy sentado en la calle del frente desde hace una hora, tengo congelado el cuerpo y el efecto del vino se fue casi por completo.
No me animo a entrar. Sé que ya no podré hacerlo.
Hay una mujer vestida de negro, con ojos rojos y olor a mierda que se trepó por las paredes y vaya uno a saber que cosas estará haciendo en mi habitación. Tal vez durmiendo. Tal vez sentada en mi cama, esperando a que yo entre.

¡Al menos el dolor de muela ya se fue!
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