Monstruos que retozan en este sitio:

domingo, 31 de octubre de 2010

se están levantando

Las últimas noticias dicen que se están levantando.
Todo comenzó hace unos días atrás, 5 o 6 tal vez, los serenos en los cementerios huyeron en masa, los sicólogos hablaban de histeria colectiva.
En las noches de guardia se escuchaban sonidos extraños, casi todos dirigían el haz de luz de sus linternas hacia el perímetro del cementerio buscando extraños intentando entrar.
En ninguna mente sana cabía la posibilidad de que los ruidos proviniesen de las profundidades de las tumbas.
La tierra se aflojaba, se sentían pequeños temblores.
Con la claridad del amanecer descubrían la tierra removida, como si esta estuviera siendo ablandada, descomprimida... desde sus entrañas.
Se habló de una broma de mal gusto, se acercaba el día de los muertos y en todos los camposantos pasaba los mismo ¡y de noche! cuando sólo los cuidadores o serenos eran testigos.
Los mas escépticos levantaban dedos acusadores, los creyentes se persignaban y dejaban de visitar a sus fieles difuntos.
Al cuarto día el ochenta y cinco por ciento de los cuidadores renunciaba a sus puestos, solo quedaban aquellos que no podían darse el lujo de abandonar el trabajo. La paga era necesaria.
La tierra seguía siendo aflojada.
Hace tres días comenzaron los olores nauseabundos y ya no hubo manera de que alguien quedara de noche a cuidar que el reposo de los muertos no fuera molestado.
El hedor congelaba el alma.
Algo estaba trabajando sereno y seguro, desde abajo, intentando salir.
Antes de ayer hubo singulares avistamientos de gente extraña caminando por los costados de la ruta en dirección a las ciudades. Se los describen como cuerpos famélicos, sucios.
Los que lograron ver a estos personajes perdieron la cordura y por ende pocos datos se lograron recabar.
Esta mañana las noticias son certeras.
Las radios y patrullas policiales nos piden a través de sus alto parlantes que no salgamos de nuestros hogares y que las puertas y ventanas sean clausuradas... porque ellos se están levantando.
No se que será de mi pequeña provincia a partir de ahora, ya se habla de que se cortaron las rutas.
Tengo miedo. Creo que yo, como todos, estamos esperando lo peor y no se si lo que nos imaginamos pueda ser tan horroroso como los que nos tocará vivir.
Espero tener la oportunidad de volver a escribirles algún cuento de terror, internet está fallando y la electricidad se corta seguido.
Me despido de vosotros por si este fuera... mi último texto.

viernes, 29 de octubre de 2010

La niña bonita

La niña bonita moldea su estructura, le ha puesto preciosos pezones y unas nalgas duritas.
Cincela la cintura y eleva los hombros.
Saca un poco de aquí y lo agrega allá.
Lo toma con la puntita de los dedos y lo deja secar al sol.
La niña bonita moldea su estructura, en una bolsita a mezclado jugo de limón, tripas de perro y con un simple soplido a comenzado a latir.
En los ovarios ha metido ojitos y en la entrepierna: brasas candentes y filos de trincheta.
La lubrica con miel para cuando le guste y con hiel por si alguien se atreve a meterse por la fuerza.
Se lame afanosamente piernas y brazos mientras escupe en las manos y se refriega el pecho para proteger el alma de los embates del destino.
Salpica con hormigas bravas su impiadosa mirada y pinta con néctar la sonrisa subyugante.
La niña bonita sale de su casa, no sin antes limar las garras y lustrar los pechos, que como carnada dulce, inundan el aire con aroma a sudor y sexo.
La cazadora cruza el umbral. La cazadora tiene hambre.

martes, 26 de octubre de 2010

La escritora


Y un buen día la escritora se quedó sin historias de terror.
Buscó en el sótano de monstruosidades, abrió el cajón de bestias deformes y monstruos varios y todos se negaban a salir
aduciendo estar cansados de ser utilizados y reciclados.
-La gente se dará cuenta de que ya no tienes historias, nos has despellejado, desmembrado y eviscerado tantas veces que ya nadie te cree. La sangre que salpicas a nadie impresiona- y dejando esta sentencia en el aire, le cerró la puerta apretándole la mano.
La escritora subió las escaleras besándose los nudillos rojos por el golpe, entró al comedor y se sentó a esperar que algo hiciera funcionar la zona oscura y truculenta de su cerebro.
A la media hora llegaron sus hijos, avanzando con el bullicio que caía a borbotones por sus manos, haciendo trizas al silencio con las carcajadas, cambiando el orden del universo con sus voces. Contando las historias de manera anacrónica y hasta ficticia.
La escritora devenida en madre olvido sus ausencias literarias y se dedicó de lleno a sus dos hijos que reclamaban enérgicamente su presencia.
Las siguientes dos horas fueron ocupadas en bañarlos, hacer deberes y cenar.
En esto último estaban cuando patearon la puerta de entrada, los niños gritaron y se abrazaron a su madre.
La puerta temblaba ante la fuerza que ejercían desde afuera a base de patadas e intentos de abrirla, el picaporte por ratos quería hacer giros completos.
-Basta- grito ella aterrada -¿Quien es?
Los niños a esta altura lloraban agitadamente.
Todo se detuvo y quedó inmerso en un silencio angustiante.
-Quédense aquí- susurró haciendo esfuerzo por aflojar aquellas manitas que se aferraban a su cadera.
Se acercó despacio, poniendo atención a ese silencio que la llenaba aun más de un aturdimiento horroroso.
Colocó la mano en la puerta, como queriendo sentir si aun latía, si seguía viva.
Se agacho y miró por la abertura de la llave.
Un ojo abierto desmedidamente, con la pupila negra y dilatada la miraba desde el otro lado.
La escritora chilló asustando a los niños que nuevamente rompieron en llanto.
-¿Quien está ahí?- gritó mientras corría al teléfono- Vete que estoy llamando a la policía- amenazó
Pero el tubo del teléfono, como en las mejores historias de terror... estaba mudo.
Tomó a sus hijos, corrió a la pieza y los escondió en el ropero, tapándolos con sábanas y rogándoles que no hicieran ruido.
Cuando regresó, la puerta estaba semiabierta.
Quedó aturdida, no sabía si entrar al comedor o regresar donde estaban los niños.
Sentía que le faltaba el aire, los pulmones se dilataban pero no llegaban a insuflar suficiente oxígeno. Miró hacia la pieza donde estaban ocultos sus hijos.
Un hombre la observaba desde adentro, cerrando delicadamente la puerta, sonriendole en el último instante.
Gritó, lloró como una histérica, golpeando, pateando la entrada a la habitación.
La ventana le llegó a la mente en segundos y corriendo como una poseída salió de la casa y dio la vuelta resbalando varias veces en el camino.
Cuando llegó el corazón estuvo a un tris de detenerse. La ventana estaba abierta de par en par, no había nadie adentro y el ropero, con las sábanas tiradas, le reía vacío.
Una nota colgaba de la cortina:

Me contactó la cosa que habita en tu sótano y me pidió que te diera alguna idea para escribir una historia de terror.
Ahora la tienes.
Cuando la publiques... tus hijos regresarán.

La escritora digirió todo lo que estaba pasando y regresando agitada tomó su cuaderno con mano temblorosa y entre sollozos comenzó a escribir:
"Un buen día la escritora se quedó sin historias de terror.
Buscó en el sótano de monstruosidades, abrió el cajón de bestias..."

martes, 19 de octubre de 2010

Un día maravilloso

Todo hacía suponer que sería un día maravilloso, se me fueron dando pequeñas cosas durante la mañana. Un sutil aumento en mi sueldo, una rosa de un anónimo, una amiga a la que hacía años que no veía me había llamado por teléfono.
Eran las 8 de la tarde y el cielo me hacía burla con oscurecer, unos nubarrones grises se confabulaban en mi contra, pero ese día tenía una sonrisa plantada en la cara.
Me senté a revisar los correos electrónicos y entre varios estaba la notificación de que había ganado un concurso de literatura del que no tenía la mínima esperanza. Me levanté, tirando la silla con el impulso, gritando loca de alegría. Nada podía arruinar ese día que era magnifico. ¡Les juro que era magnífico!
Corrí de un lado para el otro sin saber que hacer, tomé el teléfono he intenté llamar a mi mejor amiga. Nadie atendía desde el otro lado. Ella estaba un tanto engripada e imaginé que no tenía ganas de levantarse y caminar hasta el comedor para atender el llamado así que sin pensarlo dos veces me puse el abrigo encima y salí a la calle.
La oscuridad me guiñó un ojo pero no me importó, salí desoyendo los consejos que decían que a esa horas, por la zona en la que vivía, no debían andar las niñas bien. Haciendo oídos sordos a los periódicos amarillistas que traumaban a los pobres crédulos con la historia de una mujer extraña que se paseaba ciertos días del mes (estoy segura que dieron los días pero nunca me importó) y que con sólo mirarte te paralizaba el corazón. Creo que decían que te tocaba el hombro y que al voltear te gritaba en el rostro mientras te arañaba los brazos con unas especies de garras.
Era una mujer violenta, alguna enajenada suelta que conspiraba con la noche para atormentar a las pobres almas miedosas.
Habían encontrado, a lo largo de un año, un par de cuerpos a unas cuadras de mi casa y cuyas muertes le fueron endilgadas a esta entidad extraña.
Los hombres y mujeres hallados tenían los ojos casi fuera de las órbitas, espantados, las manos cubriéndose las caras, los brazos rabiosamente cortados con la piel suelta en grandes jirones, los labios decolorados y el dato relevante era que les faltaba parte de los músculos abdominales. Se habló de que la mujer se alimentaba de ellos y que era el fruto de un ritual demoníaco. Que algún amateur en brujería negra había abierto un portal hacia al infierno dejando escapar algún ente malvado.
Se dijo de todo, se advirtió de distintas maneras. Pero allí iba yo, desoyendo cualquier advertencia, casi saltando de gusto por las calles oscuras.
Toqué el timbre una sola vez y entré, como era mi costumbre.
Toqué el timbre una sola vez y entré.
Toqué el timbre...
Nunca tuve que salir de mi casa. Nunca tuve que tocar el timbre y abrir.
Mi amiga no estaba enferma, tampoco convalecía en su cama.
Estaba en el piso de la cocina, tirada, gimiendo... mutando.
Al entrar corrí a ayudarla pensando que estaba desmayada, pero al acercarme... ¡oh Dios al acercarme!
Una imagen demencial me devoró el iris, no sabía quien era hasta que me miró y reconocí sus ojos. Era ella.
Recuerdo que murmuré: ¡Dios Santo!
A lo que ella contestó con voz grave: Él no, ¡Yo!
Creo que grite, creo que corrí.
Aun recuerdo el aullido que lanzó cuando me vio escapar.
La escuché correr tras de mi todo el trayecto, entré y me encerré.
Hace media hora que estoy agazapada contra la puerta de entrada.
Percibo como alguien olfatea del otro lado de la puerta.
Sabe que la reconocí, vendrá por mi.
¡oh Dios! Intentan abrir la puerta
¡OH NO! ¡OH DIOS!

viernes, 15 de octubre de 2010

NN

Tenía miedo de que se le acercara, lo sentía cerca y se encogía detrás de los muebles.
Él se paseaba ufano, magnánimo, orgulloso de su hombría.
Fue el tercer día el que la despertó de su letargo de miedo.
Se escabulló de atrás del ropero donde estaba escondida y se dirigió temprano hasta el hospital, como lo había estado haciendo las últimas 3 mañanas, para ver a su angelito.
Se sentó junto a él y rezó en voz baja, era tan chiquito, ¡tan chiquito!, tendría que haber permanecido más tiempo en su vientre pero por circunstancias especiales lo habían obligado a salir y luchar por sobrevivir... ¡era tan chiquito!
Se paseó por la habitación mirando las otras incubadoras, sonriendoles a cada uno.
Les acomodaba el pañal a algunos y el pelito despeinado a otros cuando un extraño ruido se produjo y los médicos corrieron, las enfermeras se afligieron y algunas madres que observaban desde afuera se alteraron. En los siguiente minutos pudo ver salir una luz del cuerpecito del niño que intentaban reanimar y volar por todo el recinto, se detuvo unos segundos frente a ella y se fue... su hijo acababa de morir.
La mujer estalló en un lamento visceral que se escuchó por todo el piso de neonatología, hubo quien gritó espantado y varias se santiguaron abrazadas.
Volvió ligera, gritando herida, hundiendo los dedos en el pecho, abriendo la espesura de su espíritu y dejando el alma, ajada y voluble, a merced del viento del sur que intentaba apaciguarle la fiebre de venganza y dolor.
Lo encontró sentado en el sillón marrón mirando un partido de fútbol en el televisor, tan en calma con su enferma osadía, tan en paz con su sucia mente criminal.
-¡Hijo de puta!- le gritó mostrándose pálida y destrozada frente a sus ojos.
El muy macho se tiró hacia un costado al verla y chilló mientras intentaba huir a cuatro patas.
Lo tomó de los hombros y lo hizo dar vuelta como si los 90 kilos del hombre fueran 2 y se sentó sobre su pecho, gritando enferma de dolor, aullando loca de angustia.
Dos bocas de luz se abrieron a sus costados, una amarilla a su derecha y la otra púrpura a la izquierda, las observó sólo unos segundos, comprendiendo lo que significaban y respirando profundo se propuso calmarse, pero al mirarlo recordó la violencia de aquella noche, los nudillos, los pies, el cinto y una piedra también.
Como la vio debatirse, moribunda en la agonía, y como con total tranquilidad la puso en el auto y la dejó a varios kilómetros de la casa, sin importarle el niño que gestaba su cuerpo.
Se descompuso, gritó, nuevamente hundió los dedos en el pecho y destrozó el alma que le quedaba, abrió la boca desarticulada y tapando al hombre aterrado, con su imagen, lo mordió en el cuello cercenando la carótida... dejándolo desangrarse.
Se levantó más tranquila, una de las luces había desaparecido y sin inmutarse descendió por la púrpura.

Una mujer NN, salvajemente golpeada y a la que habían tenido que practicarle una cesárea de urgencia, dejaba de existir a las 2 de la madrugada, su pequeño hijo prematuro lo había hecho 1 hora antes.

jueves, 7 de octubre de 2010

LOS BRAZOS (FINAL)


El aire tibio de octubre se filtraba por cada poro en la piel.
Las calles tenían el color de la primavera florecida, el cielo clamaba libertad a ojos llenos, el sol sacaba pecho y se henchía de hombría, mas Cándida se escondía en el sótano con su urna apretada al pecho.
Cada vez que el maldito octubre llegaba, todo el mundo giraba de una manera tan infernal y grandilocuente, que ella sabía que no podría seguirle el paso, entonces se ocultaba de la vida.
El maldito octubre.
La melancolía de años anteriores devino en angustia, impotencia, rabia, llanto.
Tenía los brazos para devolver y sentir alivio, ¡si, ella experimentaría el alivio una vez que los devolviera!, recuperaría su vida y se sentiría a salvo de la pesada culpa que le oprimía el cráneo dejándola convertida en una mujer intolerante, huraña, taciturna, extraña.
Echó carbón en el gran horno y estuvo un tiempo largo mirando las llamas crecer.
Después de esto sería libre todos los octubres de su vida.
Los malditos octubres.
Subió y encontró a su musa mirando televisión.
-Emilia- le dijo despacio entregándole un papel.
La mujer lo tomó sonriente, su escultora le escribía poemas de vez en cuando y se emocionó apenas vio un escrito, así que lo leyó con ternura.

No quiero juntar los pedazos,
No quiero rearmarme de nuevo.
Deseo dejar los capítulos tirados
volando a merced del viento del sudeste.
Que cada hexágono de pena, valor, sonrisa y dolor
encuentre solitario su encastre perfecto,
que el mañana haga alianza con el destino
y juntos promuevan una nueva mujer,
para que el amanecer descubra
los ojos, las garras y mis dientes puntiagudos
amainados por la mano generosa de un nuevo ser,
que puje y dilate la magnánima existencia
para ser otra vez.

Quiero una segunda oportunidad.

No lo entendió, levantó la mirada con cierto temor, y ya no estaba.
Algo iba a suceder, Cándida la asustaba, un presentimiento le hizo mirar hacia el mueble vidriado donde guardaba la urna con las cenizas de la madre muerta... no estaba.
Un estremecimiento le recorrió la espalda, no se quedaría ni un minuto más.
Intentó huir pero la puerta estaba cerrada con llaves y estas habían desaparecido, se dirigió hasta la pieza, abrió la ventana y cuando estaba por saltar unas manos le tomaron del tobillo.
Cándida la miraba impávida desde la oscuridad y un filo brillaba en lo alto de su mano derecha.
Emilia chilló y la empujó, pero la escultora la tomó del brazo y con el bisturí le hizo un corte en la garganta antes de caer. La mujer se tapó la herida horrorizaba mientras sentía como un hilo de sangre corría por entre sus dedos.
-Necesito tus brazos, amor mío, necesito tus brazos para poder seguir esta vida de mierda- clamó Cándida con la voz ronca, la mirada perdida y casi como una poseída se levantó en un instante tirándose sobre la musa que luchó por mantener alejado de su cuerpo la mano que mantenía el filo en lo alto.
Cuando Emilia logró tirarla hacia un lado la pateó con fuerza, saltó la ventana, corrió hacia la pared que delimitaba el patio y comenzó a brincar como desesperada tratando de asirse de algo para poder sortear el obstáculo, gritaba pidiendo ayuda, no quería mirar hacia atrás, no quería mirar y encontrar el filo brillante a centímetros de su piel.
...
Cándida la miraba desde la oscuridad de la habitación, había extendido los brazos para sujetarla y la luz de la luna los había iluminado de una manera extraña, dejando al descubierto ante su ojos una belleza que tal vez nunca imaginó que pudiera existir en ella.
Si debía devolver los brazos, tendrían que ser los de su misma sangre.
Retrocedió lentamente, sonriente, comprendiendolo todo, después de tantos años ¡lo entendía todo!... sus malditos octubres estaban por terminar.
Se sentó a la mesa y observó a su madre en el extremo opuesto, sentada, mirándola atenta.
-Ahora te los doy, madre querida- le dijo presurosa pero con una paz que desde su adolescencia no experimentaba...
y el filo del bisturí comenzó a cortar desde el hombro.

FIN

miércoles, 6 de octubre de 2010

LOS BRAZOS (III)


Cándida despierta con pesadillas que ya había olvidado... o al menos eso creía.
Su madre a vuelto a aparecer en sus noches.
Levanta los brazos con grandes cortes, la sangre le corre por el pecho, grita desesperada.
-Cándida, Cándida... ¡Cuidado Cándida!
...
Esa madrugada Emilia la despierta, su escultora llora en sueños, llora como una niña.
Aun con los ojos abiertos, Cándida parece estar prisionera en la pesadilla, la mira y llora, le toma de los hombros y le grita
-No vi el auto mamá ¡¡no vi el auto!!
-¡Cándida!- le grita Emilia asustada, abrazándola con fuerza, tratando de calmar la crisis nerviosa.
...
Son las cinco de la mañana y Emilia está en el patio fumando un cigarrillo mientras habla por el celular.
-Tengo miedo- le confía a una amiga -Siento que Cándida no está bien. Se comporta de manera extraña.
-Tu escultora "es" extraña- le afirma la mujer desde el otro lado de la línea y Emilia sonríe.
Si, su amante es un ser distinto pero ¿qué artista no lo es? ellos miran, sienten, huelen y escuchan el mundo de distinta manera, todo lo que tu ojo pasa de largo... a ellos les sorprende.
Sí, ¡su escultora es distinta!
-¿Recuerdas cuando te conté que su madre murió siendo ella una niña?- sigue Emilia en voz baja, mirando hacia los costados, temiendo que Cándida la sorprenda- Cuando tenía cuatro años, se escapó de los brazos de su madre y hubo un accidente, su madre salió muy lastimada y con la diabetes de por medio, las cosas se complicaron y tuvieron que amputarle los brazos... se siente culpable, y ultimamente por alguna razón, todo está regresando, ¡no sé como ayudarla!
...
Cándida se seca las lágrimas.
Su Emilia, su musa perfecta y bella... la está traicionando.
No debía contar su tragedia.
Se tapa el rostro y ahoga un sollozo, vuelve despacio a la cama e intenta dormir.
Cuando su amante regresa media hora después, se recuesta con delicadeza, la abraza.
¿Debería rechazarla? ¿Gritarle? El rostro le arde, pero no puede evitar mirar sus brazos y acariciarlos, besarlos.
Son la obra de arte perfecta.
¡Si!
Ha encontrado lo que buscó casi toda su vida.
Esos brazos, ¡esos brazos!
A llegado el momento de devolver lo que con travesuras quitó.


...continuará!

martes, 5 de octubre de 2010

LOS BRAZOS (II)


Tenía veintidós años cuando se enamoró de una de sus modelos.
La esculpía de cuerpo completo en arcilla y no podía dejar de admirar sus dedos lánguidos, las manos pálidas, la delicadeza de las líneas azules que surcaban por ratos los antebrazos y sus codos blancos y pulcros.
Después de seis días modelándola y aspirando su alma para condensarla en rasgos de arcilla, supo que la amaba.
La sedujo en una letanía suave, sin apuros, con dulce melancolía, atrayéndola con suspiros y rosas. Invitándola a libar en su sueño de besos con cortas caricias y ojos brillantes, miradas colapsadas y lenguas ansiosas.
A los tres meses de un trabajo metódico y detallista, Cándida ganaba el amor de su modelo y su cuerpo esbelto y perfecto pasó a compartir la cama, convirtiéndose en un bálsamo para la soledad que su alma herida cargaba como estigma.
La primera noche que aprisionó el cuerpo de la bella Emilia bajo el suyo, se quedó embelesada por la perfección de sus hombros. Los brazos no tenían fin, tan suaves y perfectos, casi como obras maestras de un artista impiadoso que se los otorgaba a unos y se los robaba a otros.
-Emilia, mi dulce Emilia, dame tu abrazo, materialízalo para mi alma, cubre mi faz con las caricias que ella quería darme y borra los fantasmas que por ratos me asaltan, quiero descansar de la culpa que carga mi alma, mi dulce Emilia, ¡la culpa que carga mi alma!
La modelo sumisa, perfecta y bella, siente que su escultora pertenece a esa rara raza de artistas que sufren por la incomprensión. Que tienen la mente tan lejos de los pensamientos de los demás mortales que sólo pueden esperar soledad y miradas esquivas. Su escultora es tan extraña como todos aquellos que se dedican a exteriorizar sus penas a través del arte, pero se ha fijado en ella y se siente honrada por ello.
No entiende lo que su amante quiere decirle, pero le acaricia la cabeza y la inclina sobre su pecho permitiéndole dormir casi todas las noches, bajo el cálido sostén de su abrazo.


...continuará


domingo, 3 de octubre de 2010

LOS BRAZOS (I)

¿Cuando comenzó todo? ¿Nos remontamos a su niñez y sus primeros esbozos en papel?
Los brazos eran, en esa instancia, torpes dibujos segmentados en papel arrugado, con lápiz negro y casi siempre sin colorear... sin terminar.
Ansiaba los brazos que a su madre le faltaban. Ansiaba soñarlos, materializarlos, ponerles un moño brillante rojo y obsequiarselos como agradecimiento.
Nunca hubo caricias de las manos de su madre que el cuerpo tras una gangrena había expulsado, pero aún así todo era compensado. Su progenitora se acercaba y le ponía la mejilla sobre la de ella rozándola por toda su carita entre risas y besos dulces.
Cuando las tristezas caían, ella comprendía los sollozos quedos y a escondidas.
Con el paso del tiempo la diabetes hizo estragos y se llevó un cuerpo marchito, amputado, destruido.
La instancia anterior al coma se hizo presente en los ojos negros de la mujer que levantó la cabeza buscando a su hija y antes de caer en un sueño pesado, se acariciaron rostro con rostro, en una despedida disfrazada de esperanzas. Las dos percibían el final y lo aceptaban.
Cuando su madre murió dos horas más tarde Cándida tenía quince años y ya pintaba brazos en paredes, telas, maderas.
Usaba técnicas de pintura al óleo, acrílicos, collage y hasta se animaba a tallarlas en piedra y arcilla. Se había tatuado unas manos en el cuello y unos brazos entrecruzados en la espalda.
A los veinte años, Cándida tenía una rara colección de extremidades superiores, en su departamento.
En todos los materiales, técnicas y formas. Algunos surrealistas, otros abstractos y unos cuantos de una realidad asombrosa. En colores blancos, negros, sepia y de una extraña rabia visceral que le daba a su colección un ánimo oscuro y perverso.
Los brazos y manos, amputados y toscos, tenían una belleza temible.
Y cada día se afanaba en buscar en las calles, bares y tiendas, modelos que estuvieran a la altura de su destreza y colección. Quería algún día lograr la perfección, quedar asombrada ante una obra maestra, sentirse satisfecha y completa...
¿era eso lo que quería? ?¿Era eso lo que buscaba? La claridad en su mente, parecía desdibujarse por ratos y se sentía incompleta y amorfa.
Cándida quería encontrarse, buscar su yo completo, lograr el corte de su cordón umbilical que los años y la muerte no habían roto.
...continuará
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