Monstruos que retozan en este sitio:

domingo, 30 de enero de 2011

Gárgolas (final)

Evitó tocarlo durante la hora que estuvieron en el bar y él comenzaba a sospechar que algo andaba mal hasta que ella le propuso ir al edificio abandonado.
Hernán trató de ocultar su premura e intentó abrir la puerta con calma, pero tiró la llave una vez y no atinó a dar con la cerradura hasta el tercer intento.
Catalina se mantuvo serena y sonriente.
Tenían que entrar por el edificio nuevo y luego cruzar la puerta que los comunicaba con el sector viejo, al subir las escaleras él aprovechó para tomarle la mano. Catalina estaba helada. Por intuición tal vez, la soltó, y al instante se sintió arrepentido. Tendría que haberle preguntado si le hacía frío, darle su abrigo, pero ahora no se animaba.
Al llegar al archivero ella estaba muy agitada, hubiese jurado que debajo de aquel labial rosa tenía la boca con un morado mortecino.
Cuando entraron, Hernán no supo que hacer, la situación le resultaba inusual... en realidad, ella lo asustaba. No lograba descubrir que había en aquella mujer y se arrepentía de encontrarse en esa situación con una extraña.

La miraba atentamente mientras ella caminaba por la habitación lentamente, con las manos juntas en el pecho.
Volteó de repente.
-¿Me amas?- le preguntó inesperadamente y bajo la débil luz de la habitación pudo ver la palidez lánguida del rostro.
Hernán retrocedió, había algo en la mujer que carecía de todo matiz de normalidad.
El hombre permaneció en silencio.
Ella se acercó.
-Quiero que me ames, no se vivir en soledad- le aclaró y al hacerlo pudo sentir en su aliento el olor nauseabundo.
-En todo momento se mantuvo lejos de mi para que no la sintiera-pensó y no quiso sacar mayores conclusiones... temía lo que pudiera descubrir.
-No voy a ser piadosa contigo, tampoco te pediré las cosas con suavidad. Lo que deseo, lo tomo. Me gustas, tu calor me causa placer, el palpitar de tu corazón me reconforta y cuando éste se calle al menos tendré tus manos para tomarte y no sentir como me doblega la soledad. La eternidad es dolorosa cuando la habitas sin un par de manos para tomar- y diciendo esto levantó los brazos y puso los ojos en blanco, un inexplicable viento surgió de la nada abriendo la puerta de madera y empujándolo hacia adentro.
Hernán gritaba y trataba de asirse a todo para no ser tragado por la habitación contigua. En la lucha logró ver el cuerpo de Catalina exánime y aun más pálido que unos momentos atrás.
La calma regresó cuando el hombre cayó en medio de la vieja habitación y la puerta de madera se cerró con fuerza.
Se levantó despacio, temblando ante la imponente imagen de dos gárgolas.
Eran dos monstruos sentados, uno de ellos con las alas plegadas en torno a su cuerpo y el otro con las alas abiertas de par en par. Al mirar a la segunda descubrió que tenía cuerpo de mujer. Esperó uno momentos conteniendo la respiración. Sin saber que hacer. Se arrastró unos centímetros tratando de no hacer ruido, de acercarse a la puerta sin que el aire se enterara de que aun vivía. Cuando vio de soslayo que estaba cerca se dio media vuelta sólo para encontrar el cuerpo de otra mujer apoyado en la pared.
Hernán gritó desesperado, aturdido, casi enajenado.
Nunca escuchó cuando la gárgola se le acercó lo tomó con las pezuñas y comprimiéndolo contra su pecho, cerró las alas en torno a él.
Los gritos de Hernán se escucharon unas cuantas horas más.
La primera gárgola esperó a que el hombre de su compañera dejara de luchar y recién ahí, ella también abrió sus alas, dejando caer un polvo espeso con pequeños restos de huesos.
Con una profunda exhalación tomó el cuerpo de la otra mujer que se encontraba dentro y se preparó para salir a buscar un nuevo amante.
Cada diez años, cuando sus amados quedaban reducidos a polvo, furiosas y deshechas por la soledad, partían en busca de un nuevo hombre que les diera el calor que sus pétreas almas anhelaban.
Antes de cerrar la puerta miró a su compañera... la gárgola sonreía satisfecha.

fin

sábado, 29 de enero de 2011

Gárgolas (II)


Cuando llegó a la habitación del tercer piso todavía temblaba.
Haciendo a un lado una silla polvorienta se sentó en ella y meditó un momento.
Pensó en su vida, en su vida entera, en sus amores, en sus desencantos, en los hombres que la habían dejado, en su soledad, en su inmensa soledad. Le corrían lágrimas por el rostro que no se molestaba en secar. Había algo en ese edificio, en esa habitación, que lograba sacar lo peor de uno: las tristezas más hondas, ya no recordaba el pánico que sintiera unos instantes previos.
Se paseó cabizbaja, con las manos en la espalda, llorando en silencio, hasta que comenzó a abrirse, lentamente, la puerta de madera que estaba al lado del archivero.
A Catalina le temblaba el pecho en un espasmo de terror. La puerta se abrió por completo y la mujer cerrando los ojos y tapándose la boca que se transfiguraba en un rictus de dolor... entró.
Media hora después, cuando las dos compañeras estaban al borde de la histeria, Catalina bajó serena con la pila de archivos que faltaban.
Las tranquilizó y les aclaró que se tomó su tiempo para revisar todo el área vieja del edificio que estaba detrás de la puerta de madera, junto al archivero, y que en realidad no había nada en que temer.
En la habitación cerrada sólo había encontrado unas sillas desvencijadas, unos cuantos escritorios antiguos y dos gárgolas de mediana estatura, hechas en piedra. Pesados monumentos que en otros tiempo decoraran la parte alta del edificio.
Y simplificandolo todo con un leve movimiento de hombros, se dirigió a la oficina de su superior para entregar los archivos.
Entró, dando un pequeño toque a la puerta un segundo antes.
Lo encontró al teléfono. Esperó a que terminara de hablar y le acercó las carpetas.
-No se imagina el polvo que encontré, tuve que limpiarlas primero antes de traerlas. Me debe un café por el trabajo extra- le sonrió y antes de salir lo miró profundamente a los ojos.
El mensaje de texto en el celular que le diera la empresa no se hizo esperar "esta noche podríamos tomar ese café". A Catalina se le dibujó una sonrisa extraña en los labios, la soledad del alma se desteñía, sentía como se hacía agua y resbalaba hasta lo más profundo del abismo. Ya intuía la proximidad del otro, ya la podía oler, se le erizaba la piel de sólo pensar en el contacto con la otra persona. "Nos vemos esta noche" le contestó y continuó con su trabajo un tanto enajenada por la felicidad.
continuará

jueves, 27 de enero de 2011

Gárgolas (I)


-No se puede respirar- pensó mientras subía las escaleras.
Imaginó que si estas hubiesen sido de madera y crujieran bajo el peso humano, habría sido una escena perfecta en una película de terror. Pero no lo eran. Tenían unos cerámicos con exquisitos diseños, tal vez no eran de calidad pero no por esto menos bonitos.
Buscó las llaves.
Tres pisos por las escaleras, y el corazón le quería salir, tenía que ejercitarse un poco más.
Carolina trabajaba en el edificio de al lado, y en el que se hallaba ahora era sólo para guardar papeles, estaba deshabitado desde hacía un par de años, ignoraba el porque.
¡Un lugar tan bonito destinado sólo para guardar papeles y objetos en desuso!
Era la nueva, no podía hacer muchas preguntas pero estaba segura que con el tiempo se le aclararían varias dudas.
La llave entró perfectamente, giró una vez y la segunda se resistió un poquito pero se abrió sin mayores inconvenientes. El aire viciado, olía a madera vieja y papel mohoso. El archivero estaba con llave, nuevamente búsqueda. Escuchó un crujido en una puerta contigua y recién sintió miedo.
-¿Y si era una broma?- pensó tratando de serenarse.
Levantó los papeles que buscaba tomándose su tiempo, tarareando una canción, si la estaban filmando o mirando desde algún recoveco nadie la vería temblar o gritar espantada. Se puso los auriculares y prendió el mp3.
Candy from strangers sonó con estridencia, le bajó un poco el volumen y tarareando siguió con el trabajo de sacar las carpetas que tenía anotadas en un papel.
Catalina con los auriculares puestos no escuchaba crujir la puerta.
Catalina con los auriculares puestos no escuchaba el sonido estertóreo de una respiración grave detrás de la puerta.
Apiló las carpetas, las sostuvo en varias posiciones en ambos brazos y se dio cuenta de que no podría con todas. No había otra opción que hacer dos viajes, las dividió en dos, tomó una pila y salió sonriente. Satisfecha por su eficiencia.
Cuando cruzó hacia el otro edificio por una puerta que estaba en la planta baja y que los comunicaba se encontró con dos de sus compañeras, expectantes, con los ojos abiertos grandes, casi, casi conteniendo la respiración.
Catalina hizo como que nos las veía y se dirigió al despacho de su superior, dejó las carpetas y explicando que tendría que hacer un segundo viaje salió con aire magnánimo y triunfal.
Susana la interceptó.
-¿Todo normal?
-No entiendo- contestó la nueva acomodando los auriculares en la mano para volver a usarlos al cruzar.
-Se dicen cosas del edificio de al lado- intervino Marcela
Era tal el espanto que se dibujaba en ambas caritas que Catalina sintió un escalofrío en la espalda.
-Todo normal. Hace calor pero es porque está todo cerrado- quiso seguir su camino pero la curiosidad pudo más, retrocedió- ¿Qué se dice?
-Sé que lo cerraron hace como cinco años después de unas desapariciones, se escuchan ruidos. Me pasó quedarme a sacar fotocopias hasta deshora y escuchas como crujen cosas en el edificio de al lado.
-¿Quien desapareció?- preguntó Catalina cada vez más espantada.
-¡Yo también lo sentí!- casi grita Marcela y se aproximó a Susana para darle la mano.
-¿Quien desapareció?- volvió a preguntar Catalina con los ojos mojados por el susto.
-¿Recuerdas el día que nos pidieron los papeles de los archivos 51 y 56? yo me crucé, eran las 4 de la tarde y teníamos que terminar si o si. No existía posibilidad de dejarlo para otro día. Corrí por esas escaleras, pero tu juro que cuando me iba, la puerta que está en la habitación del archivero y que al entrar estaba cerrada, en ese momento se encontraba semiabierta.
-Yo vi esa puerta- susurro Catalina olvidándose momentáneamente del desaparecido.
-Señorita- llamó una voy hombruna.
Las tres saltaron del susto. La nueva volteó el rostro sabiendo quien la llamaba.
Su superior desde la puerta la observaba.
-Necesito los expedientes hoy, por favor- exhortó y Catalina mirando nuevamente a sus compañeras cruzó la puerta, tratando de ocultar el sudor en la frente y las manos crispadas.
continuará

jueves, 20 de enero de 2011

tum tum

Exequiel ya no le temía a los golpes de su padre.
La piel se le había endurecido, la mente estaba aturdida, ya casi, casi, ni siquiera lloraba.
Así fue que en una de las tantas golpizas, Exequiel murió, ante la asustada mirada de la madre, que para no enfrentar al ogro patriarca prefería el puño en otro y no en ella.
La vida de Exequiel escapó como un suspiro y quedó suspendida un tiempo en el aire, rebotando de pared en pared, sin saber a donde ir, sin comprender como salir y estando imposibilitado de subir (¡por que no quería!) se escondió en el tambor de su hermanita y se hizo parte de su sonido.
El tamborcito sonaba todo el día, con golpes cortos y espaciados, pero se lo escuchaba de noche confabulado con el silencio de la luna.
Marcelita sonreía cuando lo escuchaba, ella no entendía de almas en pena, pero el sonido la calmaba. Tomaba su mamadera vacía y la abrazaba sonriente mientras escuchaba el bum bum.
El patriarca tuvo pesadillas, se vio invadido de miedos.
La conciencia le advertía, las tripas le avisaban... algo rondaba en esa casa, y ¡había sido producto de su puño!
La cuarta noche se despertó furioso y decidido fue a buscar el juguete en la pieza de la hija, tirando todo lo que encontraba a su paso. Encontró a la pequeña acurrucada en una esquina, orinada de terror ante los pasos de ira que se acercaban a su pieza. Se sintió superior. No existía nada más satisfactorio que ver a la gente temiéndole. Lo hacía sentir peligroso. Perdía la noción de las cosas, por ratos se convencía de que era Dios.
Cuando se dirigió hacia la niña el tambor comenzó a sonar de manera desesperada. Lo tomó con ambas manos e intentó comprender como salía el sonido de esa pequeña caja de madera sin que nadie lo tocara. Cada sonido era como un palpitar. Lo estrelló contra la pared y lo pateó hasta que la madera crujió y se partió en dos. Del juguete colapsado emergió un extraño viento caliente que penetró por las fosas nasales ahogándolo, le quemaba toda la garganta, sentía como ese fuego entraba por su ser y lo despedazaba por dentro.
El hombre entre arcadas y hemorragias nasales cayó al piso, intentando respirar.
En la desesperación miraba a su mujer que espiaba horrorizada desde un costado de la puerta, ese fue su último acto, extender la mano en busca de auxilio, abrir los dedos y no conseguir ni siquiera el aire que necesitaba para sus pulmones. Un paro cardiorespiratorio acabó con todo.
Con la última exhalación el niño salió del sistema del hombre, se formó su cuerpecito de aire caliente, transparente y bello.
-Exequiél- lo llamó la madre y el niño la miró un largo rato, convirtiendo sus manos en fuego, abriendo las fauces de su anatomía que mutaba, mostrando grandes colmillos que le perforaban la mandíbula abriéndose paso hacia abajo... la madre, que nunca hiciera nada por defenderlo, ¡tendría el mismo final!

miércoles, 12 de enero de 2011

La maldición


María se abrió la herida con ambas manos y Esther hechó alcohol. Se mordió los labios, tragándose el grito y grandes gotas de sudor le rodaron por la cara. La hermana que tenía el frasco en la mano lo colocó en el piso y mientras soplaba la herida de la pierna seguía cuestionándose si no hacía falta llevarla al hospital para unos cuantos puntos de sutura.
Era una herida larga pero no profunda, y los médicos preguntarían. Sería mejor quedarse con ella y cuidarla, le tocó la cabeza y le pidió que se recostara.
María andaba metida en algo raro, dormía hasta tarde profundamente, y siempre encontraba su ropa llena de barro y cardos. María se escapaba de noche.
Intentó hablar con su gemela en más de una ocasión pero le fue imposible lograr la aceptación de un problema.
Vivir en un pueblito pequeño y perdido en el tiempo era un inconveniente, pero que desde unos meses las gallinas y los chanchos aparecieran parcialmente comidos era ya una maldición.
Se hablaba del "almamula", la gente estaba espantada y tenían pánico de salir durante las noches. El extraño aullido ronco que se escuchaba, en las madrugadas, no sólo turbaba si no que a uno le ponía los pelos de punta. En las casitas y ranchos la gente se amontonaba alrededor de los santos y no hacían otra cosa que persignarse y rezar.
Los hombres aguantaron mucho, ¡un mes es mucho! Luego de ese tiempo salieron a recorrer el monte y los caminos de tierra armados con palos, machetes y unos pocos con armas.
Intentó cuidar a María, pero por alguna razón siempre se quedaba dormida y despertaba al amanecer, cansada y con su hermana a su lado, lastimada y sucia.
Intuyó que la podría estar drogando, entonces se negó a ingerir alimentos durante la cena.
Sin cambios, sueño pesado.
Aquella noche se decide. Esther tiene mucha cafeína encima, su hermana se duerme.
Sospecha que se escapa por las ventanas, por tal motivo las ha clausurado con maderas.
Está cansada, se mete en la casa, cierra la puerta con llave y la esconde.
Se siente extraña.
Se va hacia la cama y ve cuando María se levanta y queda sentada frente a ella, observándola.
No puede hablarle, se siente desmayar, la visión se duplica. María se acerca y le toca el rostro, es lo último que recuerda.
Cuando abre los ojos lo primero que ve es la casa cerrada, las ventanas también, esa noche la ha burlado… ¡pero María no está!
Esther se desespera y le grita.
Escucha el sonido de la llave en la puerta del baño y corre.
María esta abriendo la puerta y la mira desde lejos, está lastimada y llora.
-Hermanita- le grita socorriéndola.
Está arañada, tiene varios moretones en el rostro y los brazos. ¡Alguien le ha dado una paliza! Se siente impotente, llora, la abraza.
-Me atacaste- le susurra entre gemidos.
Esther no comprende, la mira sin entender.
-Te encerraste y me atacaste. No sabía que las ventanas estaban trabadas, no pudiste salir y ¡me atacaste!
Recuerda de manera lejana la historia de la familia.
Las gemelas malditas… ¡pero era una leyenda! ¡un cuento para crédulos!
-¿Realmente nunca lo recuerdas?- le pregunta María y algunas imágenes llegan, no sabe de donde provienen, son tan extrañas que no parecen de su propia vida. Se ve correr por el monte tras animales, los chanchos en pánico intuyendo una energía primigenia y bestial, la gente que intentaba herirla, su hermana cuidándola.
Le mira la herida que aun no cicatriza en la pierna y recuerda el machete que le arroja un campesino y que María recibe.
Las gemelas malditas.
Una convertida en una aberración cada cinco años, durante varios meses… la otra, obligada a ser su custodio y protector por el resto de sus días.
María hace muequitas con la boca como un bebe y solloza, todavía le recrimina: ¡Me atacaste! Esther la abraza y llora con fuerza, no arrastrará a la persona a la que quiere tanto tras una sentencia dolorosa. La deja en el baño y sale de la casa sin escuchar las súplicas de su hermana para que se quede.
Esa noche dormirá en el monte y que los campesinos terminen con su castigo.

sábado, 1 de enero de 2011

micros, breves miedosos


Silencio en la ruta.
Cinco de la mañana, sola en la bicicleta con el aire puro de la madrugada descongestionando los pulmones.
Una nueva ruta de gimnasia despierta los sentidos adormecidos.
La neblina espesa se levanta y cubre el camino tan rápido que no le permite reaccionar a tiempo, retroceder o al menos parar. El corazón late fuerte.
¿Está en una zona con barro? la bicicleta se ha puesto pesada, cuesta pedalear.
La neblina desaparece tan misteriosamente como apareció.
No para, no mira atrás, aún está asustada. Por un momento sintió presencias que le erizaban el pelo de la nuca. Respira profundo, todo tiene una explicación racional, que después, a su debido momento encontrará.
Se cruza con un mochilero que levanta la mano. Ella lo saluda.
El muchacho se niega a volverse y mirarlas.
La rubia bonita lo ha saludado con una sonrisa, pero la morena pálida que va sentada detrás solo lo ha observado de una manera espeluznante.
Algo se arrastra.
Es un sonido similar al de la muñeca de trapo cuando es arrastrada de un lado al otro por su pequeña hija. Pero ella duerme, acaba de darle el beso de las buenas noches, es más, desde donde está puede escuchar el tranquilo respirar de la niña.
Sale de la habitación y escucha expectante. El sonido cesa, tal vez proviniera de afuera y su imaginación lo ubicó dentro de la casa. Apaga la luz. Se dispone a entrar y el sonido regresa... nítido, seseante, cercano.
Se acerca a las escaleras, mira hacia abajo y la ve.
La muñeca de trapo sube escalón por escalón con gran dificultad, arrastrando sus extremidades desmedidas, largas, invertebradas.
No puede gritar, se agita, le falta el aire.
La muñeca levanta la cabeza y con el rostro pintado y los botones como ojos extrañamente distorsionados por la luz de la luna que los ilumina, le pregunta...
-¿y mi mmmammmá?
Casi presintiendo la otra presencia voltea y encuentra a su pequeña hija de tres años, parada con su sabanita entre las manos, sonriente, mirando a su hija de mentirita por entre los balaustres.
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