Monstruos que retozan en este sitio:

miércoles, 27 de abril de 2011

En el monte

Lleva la comida en la bolsa negra. Deja un rastro de gotas, que esconde echando tierra con los pies de vez en cuando, para que no la sigan y se lo arrebaten. La casita está cerca. Construida con sus brazos, levantada con sus fuerzas. Cada tronco seco a servido, cada lona tirada fue reutilizada, cada chapa robada ha sido con un buen propósito.
Hace fuego y pone a cocinar el caldo.
La verdura que está pasada y se la tira... ¡a ella le sirve!
Los huesos limpios que el carnicero le da a los perros, ella los rescata (siempre con algún mordisco de por medio) ¡y saborizan el caldo!
Toda tu basura es tremendo descubrimiento ante sus ojos, se relame de gusto con aquello que vos mirarías asqueada. El hambre, el frío y el calor son bestias que deben ser vencidas diariamente, ella abre los ojos cada mañana con el firme propósito de sobrevivir ese día.
El niño barrigón se acerca y ella lo toma de improvisto, tirándolo sobre la tierra...

...

Raul ha salido a cazar, siempre lo hace en compañía de cuatro amigos más, pero ellos por uno u otro motivo no han podido ir. No quiere perderse ese día precioso y sale al monte con el rifle al hombro y el cuchillo a la cintura, no pasará mucho tiempo hasta que un conejo sea introducido a su saco.
Después de un par de horas llega hasta el río y se sienta a descansar dejando a un lado la bolsa con varios animales pequeños.
Está contemplando el ocaso, respira hondo, relajándose con la brisa del sur. Se recuesta. Es sólo un momento, para descansar, piensa él... pero se duerme.
El chasquido lo despierta y se encuentran las miradas en la noche, los ojos le brillan casi rojizos, tiene la bolsa en las manos. Son segundos de pánico, intenta racionalizar y descubrir en lo que tiene ante sus ojos un vestigio humano.
Es una hembra, se le notan las tetas por debajo de la remera deshilachada y sucia. Una joroba le deforma la espalda y el cabello largo y enmarañado le tapa practicamente la mitad de la cara, tiene surcos de cicatrices por viejas batallas ganadas. Las piernas que aparecen por debajo de lo que simula ser una falda son apenas huesos cubiertos por una piel añeja y reseca.
Se sienta de un salto y ella retrocede apropiándose de la bolsa.
-¡Mio!- grita ella, intentando enderezarse, sacando pecho, tirándole al aire su poderío de hembra guerrera.
Raúl toca su cintura y el cuchillo que guarda en su funda.

...

El niño barrigón grita riéndose y la mujer, sobre el niño tirado de espaldas, le besa la panza, dándole pequeños mordiscos con los pocos dientes que le quedan.
Se acerca otra mujer joven, que los mira jugar y sonríe.
La vieja le señala la olla hirviendo.
-Tienen comida. Me voy a dormir. He dejado más secándose, les alcanzará- y le toca la barriga en señal de saciedad.
La muchacha la mira serena.
La vieja entra a la casita y antes de tirarse al suelo a descansar se toca el costado derecho abierto en una herida larga y profunda, cubierta de yuyos cicatrizantes y una tela sucia. Los mira por la ventana y se acuesta triste pero satisfecha, ha vencido peores momentos, pero ya no es la que era. Si esa noche se eleva hacia los dioses lo hará tranquila. Dejando la sabiduría en manos de su hija y la belleza del monte en los ojos de su nieto.

domingo, 10 de abril de 2011

La muerte del alma


La discusión comenzó por una palabra de más.

Y siguió como era costumbre.

Él vociferando, ella sumida en silencios respetuosos

Él elevando los brazos en señal de enojo, ella levantando los hombros con la intención de evaporar los sentidos y dejar de percibir su rechazo con las palabras que le golpeaban el pecho haciéndola retroceder con cada grito.

Media hora de broncas, insultos, condimentos agrios y sabores ácidos.

Un portazo y su mirada siguiéndolo a través del cristal de la ventana mientras él se aleja del hogar.

Un llanto pequeño.

Se sienta y lo espera.

Se sirve un whisky y retorna a su espera.

Camina por el comedor sintiendo culpa, deseosa de desaparecer en el aire y purificar su alma. Si él se enoja y sufre será porque ella es una mala mujer.

Son las 3 de la madrugada, cierra las persianas y el cristal, pero hay algo que la atrapa. Acaba de encontrar su figura en el reflejo del vidrio y es como si por primera vez en su vida se descubriera.

¿Qué hace a las tres de la madrugada con dos vasos de whisky en el estómago adolorido, esperando a alguien que no desea su presencia?

¿En qué momento dejó de ser ella para convertirse en la atrofia de una mujer?

¿Qué bulle en su estómago? ¿Es su furia? ¿Acaso se levantó sonámbula y deambula causando extraños efectos en su alma?

Hay un hormigueo en las manos.

Las abre y las cierra.

¿Es tal vez el alcohol el que la hace henchir de rabia?

¿Cuánto hace que no se enoja, cuanto hace que asiente y obedece?

-¿Dónde carajo estas?- grita imposibilitada de sofocar ese infierno que sube por las entrañas y le quema la traquea, está por salir, vomitará un averno de ultrajes y devorará al mundo con su sueño ebrio de reivindicación. Se avergüenza de ese estropajo que le devuelve el vidrio como reflejo.

¿Donde está ella? ¿Dónde radica el ser autosuficiente e independiente que supo ser? Esa es sólo una rara deformación de la que fue, un deplorable hibrido sumergido cómodamente en su condición de víctima.

-Cambiá, puta- se grita, sintiendo la arcada que le llega tocándole la úvula –¡envalentónate, estúpida!

Llora, pero ya no quiere llorar, está cansada de soportar, de ser el rostro triste de su tragicomedia.

Grita y envuelta en un manto de alcohol y lucidez le pega con el puño cerrado al vidrio haciéndolo trizas, atravesando el cristal de una forma tan repentina que su reflejo no logra repetir la hazaña. El brazo atraviesa y le agarra la traquea. Está más allá. Le hunde los dedos en la carne roja devorando la sucia derrota que la tiene postrada en su humillación. Grita estancando el tiempo. Grita asustando al miedo. El crac la despierta, el sonido de un reflejo corporizado y roto, se da cuenta de que tiene los brazos a través del cristal. De que cuelga amorfa entre sus manos la historia de la que fue.

El cuerpo roto del alma que no pudo sortear la explosiva ira. Retrocede. A medida de que saca lo brazos los cristales vuelven a su lugar exacto. La ventana intacta, brilla de limpieza y perfección. Él regresa a las siete de la mañana. Abre la puerta y antes de poder guardar la llave en el bolsillo del pantalón se sobresalta ante la presencia de su mujer, sentada frente al espejo, sin moverse y con una palidez demencial. Se asusta, por un momento piensa que tal vez ella hizo alguna locura, le da palmadas en el rostro para sacarla de su sopor. Los dedos se le congelan al hacerlo. Le toma el pulso y ella recién lo mira, asombrada de su presencia.

-¿Qué te pasa?- le pregunta más asustado que preocupado.

-Ella ya no está- le contesta con una calma que desborda por la mirada impávida.

-¿Quién no está?

-Ella-y señala al espejo.

Él se da media vuelta y retrocede cayendo sentado en el piso sin comprender.

Su reflejo está caído mirando atónito la silla de caño negro, tapizada en eco cuero, y la ausencia del cuerpo de su mujer. Ella se da media vuelta y con la mano se tapa la boca.

-¡Ups!- le dice intentando una sonrisa que apenas quiere surgir cae en la sepultura- ¡creo que la mate!- y tomándolo del brazo lo guía hasta la ventana.

En el vidrio está ella, tirada con un halo de muerte rodeándola.

El alma de la mujer… muerta por la mujer misma.

FIN

viernes, 1 de abril de 2011

Despertando a los 60

Amigos: les dejo el link de uno de mis cuentos que fue publicado en Arte Libertino

el texto se llama:


(la temática tenía que ser "De regreso a los 60. Peace, love & rock and roll"

Hacer clic aqui

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