Monstruos que retozan en este sitio:

domingo, 30 de octubre de 2011

Amarillo (I)


Majo tenía 15 años cuando se encontró con la gitana sentada en el piso, mareada por un golpe de calor. Se arrodilló a auxiliarla, le dio agua, la hizo sentar en la sombra y se quedó junto a ella hasta que se sintió mejor. La mujer, de edad avanzada, se limpió el escote con un pañuelo turquesa y cuando le tomó la mano para levantarse se sintió sobresaltada.
-¿cómo te llamas?- le preguntó en el aire, sin estar parada, sin estar sentada.
-Majo- le respondió la chiquilla haciendo esfuerzo para no tirarla, afanándose para que la mujer terminara de levantarse.
La gitana se le acercó y le examinó la frente, las orejas, el cuello.
Majo se dejaba hacer, asustada, esperando con ansias el momento de la despedida.
-Majo- le dijo poniéndole una mano sobre el hombro, dejando en blanco los ojos, temblando quedo, babeándose por la comisura derecha del labio- Majo, la de amarillo no es quien crees, ella se acerca durante el día de los santos, pero te quiere llevar al día siguiente. Majo, no le temas, no le gustan las personas cobardes, a ellos se los come en pedazos pequeños para que no le caigan mal al hígado. Los encierra y luego los digiere mientras toma el ómnibus de las tres de la tarde que la lleva a Clodomira.
Cuando la gitana le saco la mano del hombro, se sintió nuevamente descompuesta, pero la niña optó por no quedarse, le dejó su botellita de agua y huyó lo más rápido posible. Nunca olvidaría lo que la mujer le dijera. No entendía el mensaje, pero la forma en que se lo había dicho, tenía mucho de sobrenatural.
Decidió dejarlo atrás, pero como muchas veces sucede, lo que uno dice hacia afuera no es lo que sucede en el interior.
Al año siguiente conoció a Marisa, era 1 de noviembre y vestía una falda amarilla con una remera en color crema, tenía los ojos de un marrón miel y la piel de una palidez enfermiza, casi amarillenta. Se la presentaron y no tardó en sentir una atracción extraña, se sentía acosada con su mirada y esa forma de seguirla la tenía excitada. Esa noche la encontró en un sueño erótico y con cada caricia que le daba aparecía la vieja gitana susurrando: “la de amarillo”. El 2 de noviembre la vio cruzar la calle, Marisa se dio vuelta y la saludó, llevaba una remera azul, jean negro y zapatillas amarillas.
Cada año se encontraron en las mismas fechas, el 1 de noviembre se acercaba coqueteándole y el 2 se despedía.
Majo tenía veinte años cuando el día estipulado por el destino no pudo reunirlas, Marisa pasó por su casa pero la madre de la ex adolescente le contó que su hija se había ido a vivir con un novio reciente. La mujer de amarillo reaccionó mirando el reloj.
-¿Ya? ¿Tan pronto?- respondió desorientada y la buscó toda esa tarde para acercarse.
Durante la noche la localizó. Majo estaba cenando con Adrian en un restaurant pequeño y la vio pasar por la vereda, estaba vestida de amarillo de la cabeza a los pies, cuando se dio media vuelta para mirarla, tenía los ojos de un extraño marrón amarillento. Los vellos de la nuca se le erizaron y prefirió voltear la mirada y fingir que no la había visto. Marisa golpeó el vidrio y cuando no hubo opción, los ojos se encontraron y ella le señaló el reloj.


continuará

domingo, 23 de octubre de 2011

Acervo



Nada hacía suponer que la noche terminaría así.
Quería sociabilizar, ¡no era mucho pedir! 
Para una persona lo extraño puede estar muy lejos de lo que para otros signifique el término. No estoy desvariando, simplemente saco conclusiones.
Tenía tres meses en la empresa y ella me hizo sentir cómoda, cuando tomaba un café siempre traía una taza para mi también.
No salgo mucho, a decir verdad, antes de que murieran no lo había hecho. Me veía ridícula con mi ropa distinta, pero era lo que tenía. Ella me recortó un poco la falda y me sentí atractiva, era la primera vez que las miradas masculinas se fijaban en mi. No tenía roce social, pero los instintos son propios de cada ser, están genéticamente impresos en cada uno. Los miraba, con sus camisas marcando el contorno de los brazos, y un cosquilleo me subía por la entrepierna.
Me sentí contenta cuando aceptó ir a mi casa, le pregunté que quería comer y me dijo que tal vez compraríamos alguna pizza, (no tenía ni idea de lo que era, pero el placer está en descubrir, y en eso estaba, "descubriendo un mundo nuevo"). No conocía otras casas, creo que ahí radicó mi error, si hubiese conocido alguna otra familia, tal vez un par, habría sabido en que se diferenciaba de la mía.
Limpié mi casa echándole al balde chorros de una colonia que me había comprado, tratando de que el olor, que nunca antes había percibido, desapareciera. Estaba acostumbrada al vaho, al estar por muchas horas fuera de mi hogar y volver lo sentí. Disculpen que analice todo, soy así, es mi manera de no enloquecer, lo analizo, lo explico, nada debe quedar fuera de su encastre. Manías.
Llegó, y aunque nunca se le borró la sonrisa de los labios hasta que sucedió, supe que no estaba cómoda.
Miraba los focos, no estamos acostumbrados a los ambientes muy iluminados, es más, después de tres meses en la oficina aun debía ponerme anteojos oscuros para soportar la luz.
Puse música en mi equipo de sonido comprado para la ocasión, ella llevó los cd.
Pidió pizza por su celular, yo no tengo teléfono y comimos sentadas en el piso impecable frente al televisor viejo en blanco y negro.
-No puedes seguir viviendo aquí, esto te va a matar de la angustia, ¿así vivían tus padres?- me preguntó preocupada, y cuando la puerta se abrió crujiendo supe que se habían molestado con mi invitada.
Nada hacía suponer que la noche terminaría así.
Cambié de tema cuando los escuché salir, ella me siguió la corriente, seguramente al sonido no le prestó atención. Se sorprendió al encontrar los libros de Stephen King y no supe que responder, para mi era lógico y obvio leerlos, eran los libros sagrados de la familia y supuse que de todos también.
Siempre creemos que lo que nos rodea es lo único que existe, mal razonamiento, abran sus mentes, conozcan... perdón, no me voy a poner a dar lecciones de vida, lo lamento, a veces soy así.
Le sugerí leer uno de los textos y rió aduciendo que no podría perder el tiempo en ese tipo de lectura. Me asusté, me sonó a blasfemia. Podía soportarlo, pero no sabía si ellos lo harían.
Cuando tomó el Necronomicón y me miró horrorizada no sabía si lo hacía por el libro o por lo que se aproximaba, ya sentía el olor de sus cuerpos y supongo que ella lo percibió después. No tuvo tiempo de preguntar que era aquello.
Me prohibieron salir de la casa, rompieron lo que había comprado y me reprocharon mi conducta impropia, la tradición debía seguirse, tenía que cuidarlos, respetarlos y hacer respetar nuestros acervos.
En la furia mi madre perdió un brazo que me llevó horas coserlo y que quedara mas o menos bien.
Me hubiese gustado saber más, me habría encantado saber como conservaba a sus muertos sin que estos dejaran ese olor en los cuartos, como hacía para soportar tanta luz, como acomodaba su lugar de descanso en el sótano y que la humedad no deteriorara su ropa. ¡Me faltaba tanto por aprender! ¡tal vez dentro de unos años me dejen intentar salir nuevamente, cuando esté madura y la influencia negativa de una sociedad diurna no contamine mi mente!
No la habría invitado su sabía que todo terminaría así.
La extraño.
No me conformo con verla sentada junto al televisor con el cuello torcido. Me gustaban sus charlas y su risa  con el aliento oliendo a menta y su manos pequeñas de uñas pintadas de blanco ilusión.

domingo, 16 de octubre de 2011

Cama vacía



Cuando dobló la esquina, el silencio le pareció incómodo y extraño.
Cuando se acercó al portón una chica limpiaba el piso. Miró hacia dentro.
-Señora, los chicos salieron temprano- le comunicó la muchacha al ver la preocupación plasmada en el rostro.
La mujer abrió el portón y cuando quiso preguntar algo más, la niña ya no estaba.
Corrió por el corredor, dobló en el primer patio, contó los grados y entró en el de su hijo.
Vacío. Aun desacomodado. Aun oliendo a vida.
Escuchó la risa de unos niños cerca de secretaría y hacia allí se dirigió. No podían haber salido temprano, no se lo habían avisado. Su hijo tenía que estar en el colegio, con la mochila azul en los hombros, esperándola sonriente como de costumbre.
Vio sombras cruzarse en la sala de maestras y esperanzada se cruzó por el patio colmado de almas ausentes.
Nada.
Las sombras se evaporaban ni bien abría las puertas. Las risas callaban apenas cruzaba umbrales.
Se paró en el centro del colegio y gritó a todo pulmón:
-¡HIJO!- el eco ayudó en su búsqueda.
Un intenso susurro cruzó zumbando y un llanto acompañó su pena, en la parte trasera del edificio.
¿Por qué no le habían dicho que su hijo saldría temprano? ¿Donde estaba? ¿Con quien?
Corrió nuevamente hacia la entrada pero el portón ya no existía, un inmenso muro se levantaba a su paso. 
No había salida. De la soledad, del tormento de haberlo perdido, de no saber donde estaba... no había salida.
¿Tendría frío? ¿Estaría con hambre? ¿Gritaría su nombre?
Gimiendo, intentó cavar para sortear el obstáculo por debajo y en su afán descubrió una manito enterrada.
Se incorporó demencialmente adolorida y rugiendo trizó la pesadilla.
Le faltaba el aire, el corazón le imploraba piedad a un costado del pecho. Se levantó como pudo, caminó hacia su cama y arrodillándose a su lado le besó las manos en señal de adoración.
El niño abrió los ojos y le acarició el cabello.
-Mamita, yo estoy aquí, la que todavía no está es mi hermana- gimió, intuyendo el sueño, sabiendo que lo tenía cada noche, desde aquel día.
La madre le tapó la boca con suavidad y lo siguió besando, aspirando fuerte para no romper el universo con su llanto, dando la espalda a una cama vacía, perfectamente acomodada, aun oliendo a ella.
En algunas horas más llegaría el amanecer y una vez más saldría, olfateando el aire, tirando espuma por la boca, con la firme idea de encontrar la vida que otros le habían arrebatado.






Hoy, 16 de octubre, en Argentina se festeja el Día de la Madre.
A todas aquellas, que como yo, tienen la suerte de tener a sus hijos acurrucados en su pecho, FELICIDADES.
Y aquellas que los perdieron en manos de bestias que comercializan con niños... FUERZA Y LUCHA para dar con los hijos perdidos
y terminar para siempre con la pesadilla.  

domingo, 9 de octubre de 2011

Diálogos


-Nos adjudican cosas que se nos escapan de las manos, no todas pertenecen a nuestro territorio.
-Para ellos si, no hay grises, o sos vos o soy yo.
-nunca hubiese mandado a cometer atrocidades como las que se me inculcan.
-no te corresponde decidir eso, la última palabra es de ellos. Por ellos existimos.
-¿y eso les da derecho a mearse en mi nombre? ¿A ensuciarlo a tal punto de que yo mismo me tenga asco?
-si, eso les da derecho. Somos nada. Sólo producto de sus mentes para justificar sus actos.
-voy a renunciar
-no se renuncia, estamos para esto.
-no era el trato. Bien o mal dijeron antes de moldearnos con arcilla. Las costillas que me sacaron luego fueron blasfemias a mi creación, no encuentro sentido a tales aberraciones.
-al menos tus aberraciones fueron hechas con deleite, con brutalidad, bestialismo original, a cara lavada, sin tapujos, fueron hechas porque el salvajismo primigenio superó al concepto de sociedad dominante, aplastante, masificante. En mi nombre se cometen dolorosos sucesos, en mi nombre se ocultan algunos para esconderse tras la luz y brutalizar con sus oscuridades.
-De una u otra manera, soy el paria.
-El necesario.
-No necesito consuelo, sé lo que soy.
-Pero no intuyes lo demás, ¿qué sería de mi sin tu presencia? Se aburrirían y llevarían sus ojos hacia mi escueta imagen, no tendrían piedad y me apedrearían en la plaza principal, sin vos, sus culpas caerían en mí. Nos necesitamos.
-Pequeños e insignificantes, con poderes grandilocuentes otorgados a modo de título, las facultades sólo son permitidas a los de carne y hueso. Tenemos el título, ellos el poder.
-No te quejes, al menos estamos.
-Hasta que descubran que somos justificaciones.
-Ya lo saben, pero son lo suficientemente inteligentes como para perderlas en sus inconscientes y atribuirlas a desordenes sicológicos, traumas negados a la conciencia, enterrados en un rincón oculto de la memoria. Son inteligentes, rápidos, vivaces. Para cada comportamiento hay una excusa. Allí viene uno con las manos juntas, de este me ocupo yo, allá llega otro con el cuchillo en la cintura, de ese te encargas vos. Es cuestión de anotarlos y listo, ellos se encargaran de contabilizar después.

domingo, 2 de octubre de 2011

En la ruta...



El autobús de la línea 101 conducido por Jorge Perez hacía su último recorrido. Una somnolencia apacible lo aletargaba por ratos, eran las 3 de la mañana y lo único en lo que pensaba era en la cama calentita y tal vez una buena taza de café con leche para entrar en calor. Si es que el sueño no lo vencía antes.
Timbre, freno.
El último pasajero masculino bajaba antes de entrar por la ruta. De ahí en más serían casi dos kilómetros de monte en los lateras, un recorrido casi siempre sin interrupciones. No había paradas, por lo tanto  aceleraba hasta llegar al siguiente barrio. Una mirada rápida comprobó que le quedaban dos pasajeros dentro. Dos mujeres hermosas. Dos mujeres morenas: una sentada al final y otra unos cuantos asientos más adelante.
El trayecto monótono terminaría por adormecerlo, faltaban unos pocos minutos más, tal vez tres cuarto de hora y estaría listo para regresar al hogar. Tres cuartos de hora, nada más. Le subió el volumen a la radio para despabilarse.
Nueva mirada por el espejo retrovisor.
Al regresar la vista a la ruta, el cerebro adormilado procesa con lentitud la información... había visto sólo a una mujer.
Nueva mirada. ¡una mujer!
Se tentó de dar media vuelta la cabeza, pero no debía hacerlo, seguramente la primera vez había observado mal.
Otro vistazo. La mujer faltante estaba sentada a unos tres asientos detrás de él y la que estaba al final ahora miraba por la ventanilla desde el centro del autobús. Se puso nervioso. Las miró disimuladamente, no tenían cara de asaltantes, aunque últimamente cualquiera podía ser un ladrón o asesino serial.
Murmullos.
Se decían algo entre ellas.
Mirada.
Cada una estaba observando por su ventanilla correspondiente, a varios metros de distancia una de la otra, pero podía observar los labios moverse y el murmullo era nítido.
Incomodidad.
Un perro se cruza y casi lo choca. Tiene que prestar atención a la ruta.
Le baja el volumen a la radio.
Las mira, las escudriña, cada vez están en asientos distintos.
-No deben cambiar de lugar, puede ser peligroso, manténganse sentadas en un mismo asiento- explica en voz alta.
Las dos lo miran por el espejo. Lo miran y le sonríen.
Una de ellas se levanta y mientras se toca los senos se baja la camiseta dejando al descubierto los pechos, la otra larga risitas chillonas.
Jorge Perez, lejos de sentirse seducido siente alarma. Hay algo extraño.
-Siéntese por favor- grita y al instante se siente ridículo, si sus compañeros se enteran del percance y su forma de reaccionar no terminarían de burlarse de él nunca más.
Intenta concentrarse en la ruta, en terminar el trayecto.
Monte, monte, más monte. Sombras, frío, oscuridad.
Le susurran en el oído y grita, llevando la oreja al hombro, pegando un volantazo involuntario, llevando el vehículo hacia un costado.
Se da media vuelta y están paradas en mitad del autobús, abrazadas, tocándose, una de ellas no para de reír chillónamente.
Tira el vehículo hacía el lateral y estaciona.
-Si van a continuar así les voy a pedir que bajen- anuncia furioso, tratando de ser impasible.
Las mira por el espejo retrovisor y no están.
Se da media vuelta alarmado. Está solo.
Las luces del vehículo parpadean y el motor deja de andar.
La desesperación se apodera.
Giro de llave, acelerador, ronroneo del motor, luces que se prenden y apagan. No hay manera de hacerlo andar nuevamente.
La puerta se abre, respira agitádamente, no piensa en bajar.
Escucha la risita histérica, mira hacia atrás, están las dos mujeres pegadas al vidrio trasero por la parte de afuera como si fuesen parásitos. Sacan la lengua y lamen el vidrio. Gritan y el alarido es tan agudo que él se tapa los oídos y llora acobardado.
El sonido de un motor acercándose lo devuelve a la realidad.
Luces en la ruta, es un auto.
Las mujeres ya no están.
Espera que se acerca y baja corriendo, poniéndose en mitad del camino, gritando, levantando los brazos.
Freno.
Es un hombre mayor. Palabras de agradecimiento, motor en marcha.
Por el espejo lateral ve como el autobús queda varado en medio de la ruta, ellas cruzan la calle corriendo de un lado al otro. El corazón se agita.
-Acelere- grita mientras ve como ellas se acercan, precipitándose a cuatro patas como animales.
-¡Acelere!- vocifera desesperado.
Mira la ruta, vuelve a mirar por el espejo, es sólo un segundo pero ahora una de ellas ya no está.
Lo siguiente es escuchar la risita histérica.
La mujer está trepada en el techo del auto y los mira por la ventanilla del conductor.
Freno.
Gritos.
Golpes.
Aullidos.
Risas.
Silencio.
Silencio.
Silencio.

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