Monstruos que retozan en este sitio:

domingo, 22 de abril de 2012

Fobia


Comenzaba a llorar y ya no podía parar.
Lloraba, lloraba, lloraba, lloraba.
¿Cuantas veces, sus amigos, le habían recriminado que las fobias no eran enfermedades, sólo topes mentales que uno mismo se ponía y que si no se enfrentaban no saldría a flote nunca?
Ella que había sido libre, feliz. Ella que no caminaba sino trotaba, que no quería sino amaba, a ella que le costaba trabajo respirar en un lugar cerrado y corría a la plaza, inhalaba profundo, y volvía a sus quehaceres totalmente renovada.
Una mujer como ella, que exudaba fortaleza, no podía tener una "fobia".
La fobia era una anomalía moderna, era una debilidad de moda. Ella estaba esculpida a la antigua, hembra fuerte.
Comenzó a llorar y ya no pudo parar. Lloró, lloró, lloró, lloró.
-La fobia a los insectos se denomina entomofobia- le habían informado sus amigos incrédulos, mirándola de soslayo, incapaces de creer en sus ataques de pánico.
"Tienes que hacerle frente a tu miedo, no te quedes atrás, no te acobardes", el mantra no funcionaba, pero allá iba ella, no se dejaría intimidar por un escueto bichito de 6 patas.
Se acercó lo suficiente para que el aguijón se introdujera en la mano.
-Sos fuerte, no puede vencerte, sos tan grande que él debe temerte- allá iba otra plegaria a su fortaleza.
El ardor subió por el brazo casi instantáneamente.
La palpitación se hizo aun más profunda y la sudoración le caía por la frente goteando sobre los ojos, inyectándole al iris, agua salada.
Logró llegar hasta el inodoro y lo soltó, el animal quedó colgando de la mano con el aguijón fuertemente introducido en uno de sus dedos. No dudó en arrancarlo con furia, esta maniobra realizada con la mano temblorosa pero firme era una clara evidencia de que su fobia estaba siendo vencida.
Apretó el botón de descarga y el animal desapareció.
Los sintomas de la fobia no se iban.
-Seguramente me voy a morir, pero sin miedo- se bromeo internamente con la esperanza de calmarse.
Le costaba respirar, entre tantos dolores, ese que ahora aparecía ¿era en el lado izquierdo de su pecho?
Intentó alcanzar el teléfono, pero nunca llegó.
Quien hubiera imaginado que aquel animal no pertenecía a la especie de "insectos" sino a la de "arácnidos" y que su veneno era peligroso... ¡aun más peligroso que una fobia!
-No voy a lograrlo sola, buscaré ayuda sin que mis amigos se enteren- pensó, antes de que el corazón fallara ante la bocanada de veneno que estaba recibiendo.



lunes, 16 de abril de 2012

Dicotomía

Prendió un par de velas negras, se sentó en el piso y tras permanecer unos minutos, realizando un llamado mental, apareció. Se sentó frente a ella y al ver que ésta no abría los ojos, aplaudió, sobresaltándola.
-Te estabas quedando dormida.
-Demoraste.
-Estaba cagando.
-¡Asqueroso!
Él la miró sin cambiar la mirada apacible.
-¿Por qué las velas negras?
-Creaban un clima especial- respondió ella y los dos quedaron unos segundos, en silencio, contemplándolas.
La mujer fue la que rompió el encanto.
-Tengo una amiga que me preocupa, está atravesando momentos difíciles, creo que uno de tus hermanos podría estar jugando con sus días y complicándole todo. Ve a verla, si hay alguno, expúlsalo. No quiero verla triste, ni cansada.
Primero se entretuvo quemándose la yema de los dedos con la llama de la vela, que ante el contacto con la densidad desconocida, chisporroteaba dejando en el ambiente olor a cuero quemado, luego la apagó apoyándola en la encía que cubría el 40% de un colmillo que partía desde el maxilar inferior, dejaba su marca en el labio superior y casi perforaba la punta de la oscura nariz puntiaguda.
Partió cantando bajito, con la dirección anotada en el antebrazo.
La casa de la amiga estaba oscura, todos dormían.
Se paseó tranquilo, buscando debajo de la mesa, detrás de los cuadros, en la ducha, dentro de la heladera, por los costados de las cubeteras de hielo. Nada.
Cuando entró a su dormitorio los vio. Había dos jugando a las cartas, sentados uno a cada lado de la mujer que intentaba despertarse de una pesadilla.
No eran malos, simplemente traviesos. Les chistó y con un ademán les ordenó que se fueran. Los dos se ofuscaron, pegaron unas cuantas patadas al colchón y se golpearon un par de veces la cabeza en las paredes, dejando pequeñas grietas que nadie percibiría en mucho tiempo, y luego se fueron no sin antes destaparla y morderle los pies.
Cuando la habitación estuvo tranquila, se acercó. La mujer seguía luchando en su pesadilla y él comprendió el problema. Se sentó a sus pies y sacudiéndose se libró de la escarcha que le tapaba las orejas, con las garras se rasgó la piel y con la punta de las uñas comenzó a pelarse, develando un ser cálido y transparente. Las dualidades no tenían porque estar en distintos seres, las dicotomías enriquecían los seres intangibles y cada uno estaba preparado para la ocasión. Cuando se sintió cálido se acostó junto a ella y la abrazó.
El problema era tan simple que a un mortal que busca explicaciones encriptadas, le costaba distinguirlo: la mujer con hijos, con obligaciones, con tristezas, con alegrías, con cansancio, rabia, dolor, compasión, pasión... le hacía falta el calor de un abrazo de niña. Se acurruco junto a ella, se desplegó en su pecho y la mujer comenzó a soñar que tenía siete años y se hamacaba despreocupada, en la plazoleta de la esquina de su casa. Sonrió y tres pequeños demonios que se escondían entre las prendas de invierno quedaron derretidos formando un pequeño charco de agua salada.

lunes, 9 de abril de 2012

La vieja Cándida va por más (final)

Pensó en no ir, pensó en golpear y huir, dejando las bolsas en la puerta, como hacen en las películas las madres que dejan crios en las iglesias (¿o era en cualquier lado que tuviera un timbre que tocar o una puerta para golpear?).
Pero se sintió extrañamente insitado, era como si alguien estuviese escribiendo su historia y todos los que la leyeran estuvieran esperando el momento en que la victima es entregada a su victimario con un moño rojo atado al cuello.
¿Cómo era posible?
¿Sería que la vieja lo estaba enloqueciendo?
Toda la situación era demasiado para su sensible psiquis.
Un amigo le había aconsejado "cobrarle"... ¿Cobrarle que? Si él lo que quería era no tener que olerla más, no verla, no sentirla... no llevarle más la puta bolsa con verduras.
¿Y si cambiaba de rubro? ¡Tal vez la carnicería atraía menos degeneradas!
Pero hasta que se concrete el cambio de papa y batata a cuadril sin grasa, tendría que hacerle frente al problema.
Cuando se acercaba sintió un leve alivio. En la casa se escuchaba la música con un volumen considerable.
-Tiene visitas- imaginó contento- tomará las bolsas sin hacerme pasar y me despedirá ahí nomas.
Tocó el timbre, alguien apagó el aparato que emitía el sonido, abrió la puerta y desde adentro sonrió mostrando todos sus misteriosos dientes. ¡Le llamó tanto la atención que por un momento se quedó mirándole la boca! Imaginó que no tenía dientes o que los tenía todos rotos y marrones, pero no. Allí estaban todos, parejitos y completos.
-Deben ser postizos- se aventuró mentalmente y como encantado con esa nueva sonrisa... ¡entró!
-Disculpame por hacerte venir tan tarde- le dijo ella con un tono de voz distinto, tal vez más apacible, sereno.
-La vieja se debe haber dado una ducha de agua fría- siguió elucubrando.
-Pasá Danielito.
-¡Diego!
-Perdón, Dieguito, ¡no sé porqué pensé que eras Daniel!
-No señora, soy Diego. Me tengo que ir rápido. Disculpe. Dejo todo aquí. Hasta pronto.
-¡Danielito esperá!
-¡Diego!
-¡¡Diego!! Dieguito toma una gaseosa y te vas, ya te doy tu propina.
-No señora, gracias, ya me voy.
-No me hagas enojar Danielito, tomá la gaseosa.
-¡Diego! Bueno, muchas gracias.
Y allí fue la bendita gaseosa en dos tragos grandes que casi lo ahogan. Dejó el vaso sobre la mesa. Ella había entrado a una habitación y demoraba un poco.
¡Qué cansado que se sentía! Hizo a un lado una silla y se sentó mientras miraba la puerta por donde se había ido.
Se abrió un cuarto que estaba a su costado izquierdo y apareció ella. Se sobresaltó.
-¡Diego!- entró gritando la vieja con su habitual voz aguda y demasiado alta- ¡que suerte que ya estás aquí! ¡Veo que te tomaste toda la gaseosa querido! ¿No te enseñó tu mamá a no aceptar cosas de gente extraña?- y ni bien terminó de decir la frase lanzó una carcajada con la boca abierta, mostrando los pocos dientes que le quedaban, marrones y podridos.
Hubiese querido responder, pero no podía, los brazos, las piernas, la boca... nada respondía.
De la puerta por donde se había ido en una primera instancia apareció la primera Cándida. Las miró sin entender y sin querer entender.
La Cándida tranquila lo llevó arrastrando con silla y todo pegándole en la cabeza cuando hacía el intento por resistirse. Él trataba de levantar el rostro pero todo le pesaba, mientras lo trasladaban veía de soslayo como la otra Cándida alocada se desabrochaba el vestido dejando al descubierto las tetas.
-Dame las pastillas- ordenó la vieja con dientes.
La otra corrió a un cajón y regreso con varias pastillas celestes.
-No le des muchas, no me lo mates todavía- renegó la de los dientes podridos.
-Abrí la boca Daniel
-Diego- corrigió la otra
Y mientras una le hacía tragar con esfuerzo el medicamento, la otra daba aplausitos y corría de un lado al otro saltando jubilosa.
-Ya le va a hacer efecto, preparate- sentenció la Cándida con dientes.
Diego cerró los ojos y sonrió, cuando le sacaran los pantalones se descubriría que nunca había sido hombre,  el jefe seguramente lo correría, los amigos que había hecho después de mudarse y cambiar su vida no lo saludarían, esperaba que el caso no saliera en los periódicos porque su madre lo hallaría por fin... pero no quería perderse las caras de las Cándidas cuando descubriesen su secreto.
Abrió los ojos y las miró.
La seria estaba parada mirando lo faltante y a la otra le caía la baba por la boca abierta.
Llegó a largar una carcajada estridente antes de que las hermanas furiosas la atacaran.

viernes, 6 de abril de 2012

La vieja Cándida va por mas (segunda parte)

Los manoseos eran más frecuentes y el asco que le sentía se intensificaba.
-La próxima vez que me ponga una mano encima la mando a la mierda- se decía frente al espejo, pero sólo en eso quedaba, en una amenaza guardada en lo hondo de sus deseos censurados.
Puso el nombre de la vieja en más de una conversación y las historias que circulaban alrededor de su persona comenzaron a surgir. Se enteró que Cándida tenía una hermana gemela que cansada de sus desvaríos se había ido abandonándola, otra elucubración oscura contaba que la mujer había desaparecido un día y todos sospechaban que la vieja se la había comido en un acto despojado de toda salud mental.
Desde esas época su personalidad cambiante se había recrudecido.
Por ratos la Cándida sentada en el patiecito que daba a la calle, era una mujer simpática, que saludaba a todos con esa sonrisa que no dejaba ver los dientes, en otros era parca, gruñona, amenazante. Mientras regaba las plantas desde su mecedora, mojaba a todos los niños que pasaban jugando por su vereda al grito de: ¡¡¡piojosos de mierda, se van a sus casas!!!
El verdulerito quedó asombrado por todos los chismes que corrían desde antes de su nacimiento, sobre Cándida, la vieja demente del barrio. Muchos años antes, decían los memoriosos, andaba detrás de cuanto pantalón se cruzara por frente. Más de un viejo la recordó con sonrisas picaronas, siempre se llevaban la mano al sexo que picaba ante la imagen mental que se formaba.
-Zorra, se las sabía todas- comentó uno con baba en la comisura derecha del labio.
-Vieja puta- pensó el muchacho, cuando la vio aparecer en la esquina con su bolsa y dirigirse hacia el lugar.
Era tarde, no solía hacer sus compras a esa hora.
Cuando terminó de llenar las bolsas con todo lo que indicaba, ella se fue a pagar y habló con su jefe. El muchacho esperó la orden del hombre pero no llegó. La mujer salió sonriendo y dando las gracias.
El muchachito quedó con las bolsas en el mostrador sin entender lo que había pasado.
-Tenía cosas que hacer y no estará en la casa- le explico el hombre- me pagó todo y dejó el pago para que lleves todo a las 9 de la noche, a esa hora ella ya estará de regreso. ¡Le llevas las cosas y ya te vas a tu casa, changuito!- suavizó el hombre cuando vió la cara de sufrimiento en el niño.
-Vieja de mierda- pensó- ¿que quiere ahora?- y su mal presentimiento no estaba desacertado.


continuará

lunes, 2 de abril de 2012

La vieja Cándida va por más (1° parte)

Cuando no andaba de compras, estaba sentada en su mecedora, en el patiecito que tenía a la entrada de la casa bonita en la que habitaba. Nadie entendía en que momento cocinaba, limpiaba o lavaba la ropa. Lo cierto es que ella siempre estaba impecable, perfectamente vestida, odiosamente pintarrajeada, con tacos anchos y demasiados altos para su edad. Sonriendo. Con esa sonrisa extraña que no dejaba ver los dientes, pero que le ensanchaba la cara y le cubría aun más de arrugas el rostro.
Entraba cerca de las 12 y media y los que la observaban curiosos, comprendían que era para almorzar, porque aparecía nuevamente a los 15 minutos. Luego se levantaba a las 9 de la noche e ingresaba para dormir.
Durante la mañana salía de compras, con su caminar lento, parecía orgullosa de toda ella, desde sus pies con uñas color turquesa hasta la joroba que le deformaba la espalda.
¡¿Como no sentirse atraído por la rutina de este personaje?! Cándida tendría unos 80 años y le hacía ojitos al verdulero. Compraba bolsas llenas de lechuga, tomates, cebollas, pimientos, papas, zapallos, ¡sin mencionar la fruta! Ella no podía cargar aquello entonces le pagaba al pobre verdulero que la seguía de cerca, escuchándola hablar con esa vocecita peligrosamente aguda.
Lo hacía entrar y las pestañas postizas, demasiado duras, largas y asquerosamente grasosas de tanta pintura, subían y bajaban a un ritmo violento. Cuando le daba la propina se aseguraba de tocarle bien las manos, sin disimulo, dejándole rastros de olor a cebolla y ajo. Le sonreía sin mostrar los dientes. Cerraba la puerta con llave ni bien entraban para que el muchacho se fuera cuando ella lo decidiera. Se sacaba el abrigo, corriendo siempre un poco el vestido, dejando ver el hombro y mirándolo con genuino interés. El muchachito tragaba saliva, asqueado, frotándose nervioso las manos en los pantalones. Esperando su propina que siempre era muy generosa, suplicándole cada vez a un santo distinto que ella abriera la puerta sin volver a tocarlo.
Luego de un tiempo prudencial, él le recordaba que debía volver o su jefe lo reprendería, ella simulaba no escucharlo o simplemente le hacía un ademán que significaba que tenía que restarle importancia a los retos del dueño de la verdulería.
Cuando por fin sacaba la llave del escote, en donde se apretujaban un par de enormes y caídas tetas, lo dejaba salir, no sin antes pegarle un golpe en las nalgas. Lo hacía con la mano bien abierta y asegurándose de apretar el  glúteo después del golpe, y allí comenzaba él a reprochar, al santo del día, por no haber atendido sus suplicas.
La verdura duraba dos días, nada más, luego Cándida volvía a amedrentar al chico que rozaba los 18 años, que estaba en su punto justo.
La vieja Cándida lo recordaba de noche y transpiraba.


continuará...



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