Mientras esperaba el ómnibus y reflexionaba sobre el tiempo que juega a las
escondidas en esa esquina oscura, algo me hizo subir el rostro y observar el
edificio en construcción, tal vez fue el tiempo que por huir se iba demasiado
lejos.
Allá arriba estaba ella, parada en el borde con los brazos extendidos hacia los costados, dispuesta a salir volando o bajar en picada.
Lo primero fue sobresaltarme, girar en redondo y mirar a los demás. Todos ellos estaban absortos en sus propios juegos de escondite, algunos aturdidos bajo el brebaje de la música en los oídos, otros cansados, apoyados en las paredes con los sentidos cerrados.
¿Cómo es que nadie la veía?
Tan alta, tan en pose, tan en búsqueda de atención.
Parecía dudar o tal vez disfrutar de los segundos que se le amontonaban en la punta de los pies.
No podía verle el rostro pero la imaginaba sonriente y satisfecha, libre y decidida.
El ómnibus llegó y pasó, levantó a los medio muertos y se los llevó a sus casas, me quedé esperando la siguiente tanda de humanoides que llegaron tan ausentes como los anteriores.
¿Cómo es que nadie la veía?
Me sentía emocionada por ella, estaba por destrozar una realidad y buscar nuevas alternativas. ¿Sería prudente subir y preguntarle por su receta para conseguir el éxito?
Quería ser ella: rebelde, revolucionaria. A veces me sentía permisiva, masificada. Cuando el tiempo jugaba a las escondidas me sentaba en mi oficina a teclear obsecuente, perdiendo de vista el horizonte, cubriendo los baches con una pared gris.
Nueva tanda de antropomorfos.
Y ella arriba tan al límite.
¿Cómo es que nadie la veía?
Siento que un pie avanza y se debate entre saltar o simplemente dar ese gran paso.
Me emociona verla allá, tan suicida y desencajada.
Tan madura y asustada. Congelada, aturdida, devastada.
Tan al límite de un yo puedo y al comienzo de un ya no más.
Tan abajo la gente en sus mundos.
Tan solitarios como oxidados.
¿Cómo es que nadie me vio?
Allá arriba estaba ella, parada en el borde con los brazos extendidos hacia los costados, dispuesta a salir volando o bajar en picada.
Lo primero fue sobresaltarme, girar en redondo y mirar a los demás. Todos ellos estaban absortos en sus propios juegos de escondite, algunos aturdidos bajo el brebaje de la música en los oídos, otros cansados, apoyados en las paredes con los sentidos cerrados.
¿Cómo es que nadie la veía?
Tan alta, tan en pose, tan en búsqueda de atención.
Parecía dudar o tal vez disfrutar de los segundos que se le amontonaban en la punta de los pies.
No podía verle el rostro pero la imaginaba sonriente y satisfecha, libre y decidida.
El ómnibus llegó y pasó, levantó a los medio muertos y se los llevó a sus casas, me quedé esperando la siguiente tanda de humanoides que llegaron tan ausentes como los anteriores.
¿Cómo es que nadie la veía?
Me sentía emocionada por ella, estaba por destrozar una realidad y buscar nuevas alternativas. ¿Sería prudente subir y preguntarle por su receta para conseguir el éxito?
Quería ser ella: rebelde, revolucionaria. A veces me sentía permisiva, masificada. Cuando el tiempo jugaba a las escondidas me sentaba en mi oficina a teclear obsecuente, perdiendo de vista el horizonte, cubriendo los baches con una pared gris.
Nueva tanda de antropomorfos.
Y ella arriba tan al límite.
¿Cómo es que nadie la veía?
Siento que un pie avanza y se debate entre saltar o simplemente dar ese gran paso.
Me emociona verla allá, tan suicida y desencajada.
Tan madura y asustada. Congelada, aturdida, devastada.
Tan al límite de un yo puedo y al comienzo de un ya no más.
Tan abajo la gente en sus mundos.
Tan solitarios como oxidados.
¿Cómo es que nadie me vio?