Monstruos que retozan en este sitio:

viernes, 8 de febrero de 2013

La Historia (final)


Grité sobrepasado por la situación: la niña, el frío (de pronto un viento gélido te retorcía las falanges) y el hedor (un olor a muerte penetraba por las fosas nasales dejándote aturdido).
Todo sucedió en un instante: la cámara que caía, Juan que daba vuelta el rostro, ella que torciendo de una manera antinatural el cuello apartaba los dientes de mi amigo para observarme divertida.
La luz que se apagaba, un trueno, el aullido de un perro.
Todo está en mi mente. Ahora lo desgloso y fue un episodio letárgico que me cambió la vida para siempre.
El grito de Juan. ¡El grito!
No intenté ayudarlo. Ni siquiera atine a hacer algo por él, solo huí. En silencio, con los pantalones sucios, respirando bajito para que nadie me oyera, para que ella no se diera cuenta de que me había escapado.
Al día siguiente apareció la policía haciéndome preguntas sobre el paradero de mi amigo, su madre desconsolada se sonaba la nariz sonoramente mientras me observaba desde atrás del comisario.
Negué haberlo visto.
Uno de ellos me informó que se encontró mi filmadora a metros de la casa de la niña Cándida Diaz y que la gente del lugar recordaba habernos visto el día anterior.
Se me aflojaron las piernas y me senté a llorar.
Me llevaron a la comisaría y conté todo. Nadie me creyó. Dos policías grandotes me golpearon al grito de "que hiciste con Juan".
También me preguntaron por el padre Luis, el pobre sacerdote que realizaba los exorcismo y que había desaparecido esa misma noche. Cuando concluyeron la tortura, sin sacarme ni una palabra, me mandaron a casa.
Al regresar lo vi. ¡Está con ellas!
Crucé por la canchita de la calle quince para acortar el trayecto y escuché el ruido de los pasos que se abren camino por entre los matorrales que circundan.
Las manos pálidas de la niña hicieron a un lado las ramas y me miró sonriente, con ese grosero ángulo en el cuello que le ponía el rostro a milímetros del hombro. Su madre se asomó por atrás, matriarca dura, con las manos a la cadera, llevando una cuerda y arrastrando del cuello a Juan, que parecía un animalito asustado, enajenado, caminando a cuatro patas.
-¡Juan!- le grité y me mostró los dientes gruñendo. Huí nuevamente, como la bestia cobarde que demostré ser.
Estoy dejando todo por escrito.
Enloquezco.
Ya no salgo, temo hacerlo.
Desde ayer el hedor en mi departamento es cada vez más fuerte.
Sé que están aquí pero no se donde, ¡no se donde!... y la incertidumbre me está matando.
Las cañerías tiemblan, creo que se decidieron a entrar.
Están emergiendo.
Acabo de ver la mano de la niña en el marco de la puerta del baño.
Ya están adentro.

Que mi testimonio escrito sirva para encontrarlas y exterminarlas.




Fin

domingo, 3 de febrero de 2013

La historia (I)


Juan la entrevistó un domingo a la noche.
Era el único momento en el que la niña, podía escapar del cuidado sobreprotector de su madre por una hora entera.
Yo tenía una cámara filmadora bastante respetable y por tal motivo era la persona indicada para acompañar a Juan en esa aventura con la que no tenía empatía.
Se hablaba de ella en todos lados. Desde hacía tres meses era tema obligado del chusmerío.
-¿Vas a misa?- Fue la primera pregunta.
La muchacha me miró directo a los ojos y recuerdo que sentí un escalofrío en la nuca.
-Mi madre me lleva a la misa de las mañanas, al de la noche va sola.
-¿Por qué?
-Porque la entidad se manifiesta en la oscuridad. Los exorcismos se realizan de dos a tres de la madrugada.
Tragué saliva y de reojo miré el reloj. ¡Nueve y cinco!
-Di tu nombre completo y edad, por favor.
Juan usaba un tono de voz cordial y se lo notaba seguro y tranquilo, pero la mancha de sudor de su camisa que iba en aumento bajo los brazos y en la nuca me confirmaban lo contrario.
-Soy Cándida Diaz y tengo dieciséis años- contestó irguiendo la espalda en la silla y cruzando los brazos sobre el pecho. La actitud me llamó la atención, no sabía si existía un cambio gradual de personalidad en la niña o era el terror que sentía y que me mostraba un espejismo siniestro en lugar de la realidad.
-¿Estudias?
-Estudiaba en tercer año del secundario. Desde que el ente me habita no puedo hacerlo.
-¿Por qué? Dijiste que sólo se hace presente durante las noches.
-Si, pero suelo estar sin dormir muchas horas y no logro concentrarme o mantenerme despierta durante las mañanas.
Observé que sonreía, traté de compararla con la niña tímida y cabizbaja que había ingresado por la puerta quince minutos antes y no cabía duda de que ya no era la misma.
En ese momento estaba filmando a una mujercita hermosa, desinhibida y cordial. Su sonrisa por ratos me confundía... ¿había sadismo? Me secaba la transpiración que me nublaba los ojos y trataba de no temblar para que la filmación pudiese tener la calidad suficiente y subirla al blog.
-Cándida, contame que sientes cuando el ente entra en vos.
-Nada- contestó y miró la cámara de manera extraña.
Recuerdo que miré la lámpara que nos iluminaba y la ventana abierta tratando de explicar el cambio repentino de luz en la habitación que había enrojecido sus ojos por unos segundos.
Juan le hizo un ademán con la mano invitándola a explayarse.
-Contame más Cándida.
-No se nada. Nunca sé cuando entra, estoy viendo la tele y al siguiente momento estoy en otro lado, pero en el segmento transcurrieron varias horas.
-Durante todo este tiempo te han mantenido alejada de la sociedad ¿Por qué? ¿Alguien cree que sos peligrosa?
Cándida levantó los hombros y sonrió.
-¿Te dijeron que sufrías algún cambio físico?
La muchacha repitió el gesto y bajó el rostro. Un segundo después lo levantó y vi el cambio. No se si Juan lo advirtió, pero era claro el turbamiento de la niña, se encogió y volvió a ser la muchachita tímida. Bajé la cámara para observarla mejor y mi amigo se dio media vuelta para mirarme, increpándome con los ojos.
Volví a colocar la cámara en el hombro y cuando la enfoqué estaba a milímetros del cuello de él, sonriente, relamiéndose y Juan... ¡Juan aun no había volteado! 

continuará

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