Monstruos que retozan en este sitio:

lunes, 15 de abril de 2013

ELLOS DOS, NORMALES COMO VOS Y YO (final)

Hizo las averiguaciones pertinentes: ella se había mudado al barrio unos meses atrás, tenía 16 años, vivía con su madre alcohólica y un hermano drogadicto, huían de un padre agresivo, había abandonado el colegio y un tratamiento psicológico recomendado por una asistente social que luego de las correspondientes recomendaciones se olvidó del caso. La típica niña parida por una familia disfuncional, muy de moda en estas épocas.
Se tomó el trabajo de memorizar sus rutinas y poder estar ahí en cada lugar al que ella concurría: verdulería y panadería cuando estaba de buen humor o simplemente la vereda de la esquina cuando se sentía abatida. Trató de acercarse cuando la muchachita extrovertida estaba afuera y la eludía cuando la vestida de invierno se asomaba.
Después de seis meses de trabajo de hormiga, podía decir que era un “amigo”.
Anotaba los detalles que caracterizaban a cada una de las personalidades y sacaba conclusiones sobre los momentos traumáticos que habían dado origen a cada una de ellas.
Tenía que elegir cual de todas quedaría finalmente, no había una líder, todas asumían el control absoluto e ignoraban que las demás existían. Cuatro veces se presentó y ante las cuatro actuó de diferente manera. Ninguna era completa, estaban de algún modo complementándose. Si elegía a la extrovertida esta sería sin dudas una mujer con poco sentido de la realidad y viviría en un cuento de hadas que pronto podría estallar haciéndola caer en un pozo de distopías que la destrozarían mentalmente. Con cada una pasarían situaciones similares, y aun sabiendo que la dejaría amputada, decidió seguir con su plan. No podía dejarla con esa falencia y lo más importante era que si lograba curarla se acercaba irremediablemente al fin de una tortura mayor.
Se la llevó con engaños, la noche elegida estaba la niña vestida de invierno, no tuvo otra alternativa que reducirla con varios golpes y secuestrarla. No había manera de convencer a la niña violada de que acompañara a alguien del género masculino a una casa abandonada.
La ató sobre un colchón y la sedó.
Utilizó los instrumentos quirúrgicos robados de la clínica donde ejercía como psiquiatra.
Se alejó de ella tres o cuatro pasos y tras unos cinco minutos de extrema concentración pudo ver a las cuatro mujeres. Dormidas y sumisas. Cada una tenía un rictus en los labios que la hacía fácilmente reconocible. Había decidido que quedaría la mujer despreocupada y con un leve retraso madurativo. Hizo los cálculos (con perros de doble personalidad era más fácil, pero creía entender como funcionaba orgánicamente la disfunción de personalidad).
Le hizo cuatro cortes paralelos y verticales en el pecho, y una línea horizontal que dividía los anteriores. Buscó en el parietal derecho con los dedos. Cuando encontró el lugar correcto puso su pulgar en él con una hoja filosa de dos centímetro de longitud y mientras apretaba con una mano, con la otra hundía el bisturí en el centro del cuadrillé que había dibujado hasta que un crac sonoro indicó el punto de no retorno. Las mujeres se sacudieron en una pequeña convulsión y poco a poco dejó de verlas hasta que sólo quedó una.
Casi sonriente, casi inocente, casi viva.
Estaba seguro del éxito y el paso siguiente era obligatorio, toda su vida se había preparado para ello, necesitaba un humano para practicar su cura y ahora la mujer con una única personalidad, curada de su desquicio pero desangrándose, descansaba sobre el colchón que se humedecía con celeridad.
Se paró frente al espejo, agradecido por haberla encontrado en su camino, por haber dado su cuerpo y su vida en pos de un adelanto psicológico inconmensurable y se miró. Uno altruista y conservador, el otro: un sádico caníbal.
El pulso de la mujer se debilitaba y había perdido el color rosado, los labios se amorataban. Sabía que el final estaba próximo, pero en él sería distinto, sólo dos personalidades eran mucho más fáciles de encontrar y exterminar. Se dibujó una cruz en el pecho, buscó en el parietal derecho, esperó a que la personalidad deseada quedara fija en el espejo y hundió el bisturí.
Él no tardó demasiado en volver al consultorio, la venda en la cabeza fue rápidamente explicada como un accidente hogareño. Atiende de lunes a jueves por la mañana. Los viernes hace investigaciones en un centro psiquiátrico. Los sábados tiene un festín de bifes a la parrilla con los locos que no logran pasar el proceso de unificación de personalidad.
Físicamente parece un hombre tan normal como vos o yo, es más, ¡podría ser tu psicólogo en este momento!

domingo, 14 de abril de 2013

ELLOS DOS, NORMALES COMO VOS Y YO (parte I)


Nunca supo que tenía ese don hasta que ella llegó a su vida.
Era como en los mejores libros de romance o las más sombrías películas de terror... estaba escrito en el destino, llegaría un punto de quiebre en el que sus vidas se unirían y nada, para nadie, volvería a ser lo mismo.
Ella tan tímida y alocada.
Él tan absorto en sus propias cavilaciones, siempre en estado de introversión.
Cuando la cruzó, un martes de febrero del dos mil trece, no supo de inmediato que era lo que pasaba. Estaba como desdoblada en varias. En el lado derecho caminaba una muchachita oscura, se sonaba los mocos con la manga de la camisa y no le importaba que los ojos abundaran en lágrimas; a su lado otra niña, idéntica a la anterior en su físico, pero más resuelta, sin complicaciones, parecía saltar sin prestar atención al llanto de su acompañante o la furia de la que seguía a su izquierda, vestida de gris, y dando puntapiés a todo cuanto encontraba en su camino. La línea terminaba con una más, vestida de invierno en el calor sofocante del mes en curso. Habría pensado que eran cuatrillizas si no hubiese sido porque las cuatro figuras se fundían y separaban cada dos o tres pasos, al cruzarlo se unificaron y sólo una se dio vuelta para mirarlo cuando él permaneció absorto por el espectáculo casi mágico.
Lo había visto un par de veces en perros agresivos pero nunca en humanos. Tal vez había encontrado un ser tan singular como él. Alguien que bien podría ser llamado “anormal”... ¿ella estaría al tanto de su condición?
Había experimentado un tratamiento para el desdoblamiento de personalidad en animales y con los años creía haber encontrado una cura.
Aborrecía tratar una cualidad de la personalidad, pero era evidente que en la sociedad en la que vivían, si las personas no se ajustaban a los parámetros de normalidad estaban destinados a ser parias o desperdicios, desechados y atados, en un hospital psiquiátrico.
Si él tenía el don para visualizar los desdoblamientos de personalidad, seguramente era porque podía tratarlos para desaparecer a los otros y que fuera uno el que lidiara con el entorno social de turno.

continuará!

martes, 2 de abril de 2013

Dones



Se estaba poniendo vieja y olvidadiza.
Con el tiempo supo callar lo que le decían los “invisibles” para no espantar a la gente. No quería ser la “bruja” del barrio, pero su poco tino a la hora de relacionarse la había llevado inexorablemente a convertirse en eso.
Ella contaba que todos teníamos un invisible en la espalda que graficaba el destino paso a paso y cuando te cruzaba por la calle te paraba para decirte: “te quedan 3 años de vida” o “mañana ten cuidado con el auto rojo” y lo decía mirando a tu costado, con los ojos fijos en alguien que vos no podías ver. La mirada de terror de la bruja te daba una idea del aspecto horroroso que tenía quien te acompañaba silenciosamente, por tal motivo la gente evitaba cruzarla, nadie quería recordar que no podías eludir tener eso en el cuello, respirando sobre la nuca.
Con el tiempo dedujo que sus comentarios eran los que la hacían una paria y no los dijo mas.
Pero... se estaba poniendo vieja y olvidadiza. El alzheimer le borraba segmentos de vida, de plantéos, replantéos y conclusiones.
Por eso esa noche, cuando llegó su sobrina y la entidad grotesca apareció por el costado izquierdo y le susurró, no tardó en ponerse nerviosa y advertirle: Mañana a la noche, no llores. Esas cosas pasan, no quiero verte triste.
La niña odiaba esas predicciones, su tía había dejado de hacerlas hacía mucho tiempo pero evidentemente existían ocasiones en las que no podía retenerlas. Durmió mal, se aseguró de que todo estuviese en orden al día siguiente: no acepto la invitación de un amigo de acercarla en moto al colegio y subió al autobús; confirmó telefónicamente que su madre estuviera sana; llamó a cada una de sus amigas para preguntar por ellas. No pensó en su tía y faltó a la cita que tenía con ella para almorzar. Cuando se enteró que los vecinos la habían encontrado tirada en la vereda corrió al sanatorio donde estaba internada. Llegó y esperó lo peor, pero ella estaba tranquila, respirando serenamente.
Entró, se sentó a la par y sin atreverse a despertarla se limitó a contemplarla hasta que la almohada comenzó a moverse con un centenar de bultos pequeños que se asomaban y desaparecían dejando huecos negros en un preámbulo siniestro que culminó cuando un ente oscuro y deforme apareció por entre las almohadas y le susurró desde la parte trasera de la cabeza de su tía: esta noche ella morirá pero tu heredarás su don.
Eran las 10 de la noche cuando la niña rompió en llanto, desesperada.
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