Monstruos que retozan en este sitio:

martes, 27 de mayo de 2014

La claraboya


La habitación estaba en el último piso.
Esta tenía un techo bajito y el padre no había tenido mejor idea que colocar una claraboya en él para que el sol las iluminara durante el amanecer, lo que no consideró eran las noches y los monstruos que apoyaban la cara en el vidrio y se pasaban horas observándolas con lujuria.
Todas las mañanas la claraboya era limpiada porque el rocío dejaba unos dibujos extraños, en realidad el líquido era el residuo de la actividad onanista de los visitantes, y los dibujos: tan sólo las patitas patinando en sus mismos fluidos.

viernes, 23 de mayo de 2014

La última fiesta


La morbosa obsesión por los monstruos me había caracterizado siempre. No podría hablar de un punto de inicio, lo mío fue más bien innato y vitalicio. Lo llevaba en el ADN, tal vez era una obsesión atávica. Si conociera a mis ascendientes buscaría en sus vidas para encontrar la procedencia de la semilla.
Era necesaria tal explicación para que se comprendiera porque luego de existir entre deformes, asesinos, degenerados y parias hubiese llegado a esta instancia de vacío emocional.
Ya nada puede helarme la sangre.
Me encuentro inerte.
He intentado regresar a mis raíces y re-descubrir esa sensación de vida que supe tener. Comencé enterrando aves en el jardín de mi casa, seguí por los gatos en los roperos y vírgenes bajo mi cama. Salí a  las andadas con antiguos amigos que se sumergían en las cloacas sólo para evitar sentirse contaminados con el olor a humano promedio y nada resultó.
Luego de cuatro décadas de horrores me encontré tan muerta como las cucarachas reventadas que decoran mi almuerzo. Será por eso que la sangre en mis nudillos me resultó tan erotizante, la abulia había llegado a niveles asombrosos  no había otra emoción en puerta que me hiciera sentir tan viva como el deseo de pronto estar muerta.
Siento que estoy cerrando un círculo de manera exitosa.
Mi propia sangre en el piso me sirve para escribir y aunque el texto no resulte horroroso seguramente el panorama que dejaré será devastador.
Me siento a ingerirme mientras dejo que mis libros de terror, abiertos en sus capítulos más espeluznantes, absorban mis fluidos en una sopa hemática que sacia con sólo presenciarla.
Voy a extinguir esta presencia física que reptó por cementerios en busca de una belleza que pocos saben apreciar y formaré parte de las hojas en una orgía casi poética.
Mis demonios deformes y los fantasmas de mis muertos escondidos en los rincones de mi casa se acercan para observar el deceso.
Son tan hermosos y se ven tan felices. Veo correr el vino y sé que festejan en mi honor.
Mientras me apago quiero que una virgen me vierta alcohol directamente en la garganta y que un eunuco se recueste en mi pecho y llore con los últimos latidos.
El éxtasis de mi propia sangre me sorprende ¿Cómo pude vivir tanto sin haberla probado antes?

martes, 13 de mayo de 2014

No!!


-No- le gritó el cuco malo y la niña retrocedió mordiéndose los dedos.
El cuco tenía un enorme sombrero caído sobre los ojos rojos y ella podía ver, desde su escasa estatura, como sobresalía por entre los labios un colmillo flojo.
Miró a los costados, pateó unas piedritas imaginarias, pero se tentó nuevamente y sin disimulo extendió los deditos.
-No- volvió a gritar el cuco histérico mientras se lo tocaba con la lengua provocando un vaivén dental.
La pequeña retrocedió con la intención de cerrar el ropero y regresar a la cama.
Pero no se les niegan cosas a las niñitas dulces de aspecto sonrosado, el monstruo como buen malo de todo cuento tendría que haberlo sabido. ¿O no? ¿O será que como en todo, los cucos, fantasmas, hombres lobos y otras malas yerbas también llegan al cenit sólo a base de experiencia? El cuco se disponía a ir al dentista que vivía en la zona más oscura del ropero cuando la puerta se abrió tan deprisa que no hubo tiempo ni para levantar las garras en señal de defensa. La niña le mordió los labios y las encías extrayendo el diente y una pequeña parte de lengua también. Lo dejó gritando en medio de un charco negruzco. El color de la sangre la distrajo un par de segundos, pensó en que su madre se enojaría cuando descubriera la ropa manchada y seguramente le echaría la culpa. Pero luego de escupir lo innecesario y levantar en alto el premio, olvidó el inconveniente de las camisas y sábanas sucias, y regresó a su cama.
Era su cuarto colmillo y el primero que, por estar flojo, era extraído de una sola mordida.
Se sintió tan complacida que no lo guardó en su cajita de objetos negados sino que durmió con él, lamiéndolo de vez en cuando, encantada con el gustillo agrio, jugando con la lengua con unos cuantos hilos rojizos que colgaban del diente.
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