Monstruos que retozan en este sitio:

martes, 3 de junio de 2014

Correas

Claro y perturbador.
Digirió la imagen de la mujer que cruzaba las piernas mientras le pegaba un tirón a la correa y se sintió a salvo de los amos tiranos.
Toda ella exudaba fuerza, el rictus en los labios demoledores era una grotesca fisura de odio y hermetismo. La veía allá arriba y se mordía las uñas para sofocar el deseo de arrastrarse un poquito y tocar el taco del zapato que se hundía unos centímetros en la piel de la mascota.
Parecía un hombre pero no era más que un adolescente ajado.
La correa le apretaba la traquea y las rodillas tenían callosidades gruesas que no dejaban penetrar fácilmente las piedras.
Usualmente no sentía pena de sus pares, pero éste era diferente. Se lo veía feliz a pesar de todo lo que decía la imagen.
Ella, allá arriba, bajó una mano blanca que el lamió con gusto. La perfección de la piel no hacía otra cosa que destacar el muñón deforme del dedo meñique.
La miró nuevamente y encontró que el odio rayaba el terror.
La mascota se deleitaba lamiendo los dedos y mordisqueaba por ratos los demás.
Era inevitable armar historias en torno al duo y estuvo a un tris de acercarse a él para preguntarle que había sucedido cuando ella misma se sintió llamada con un tiró de su correa.
Se dió media vuelta molesta y miró a su amo que sin importarle su curiosidad sobre mascotas que parecían revelarse y abrir un abanico de rabiosas revoluciones, la tironeaba para que caminara a su lado.
Los miró por última vez. Él seguía mordisqueando los dedos colorados y un hilo rojo de baba comenzaba a deslizarse por la cosmisura derecha.
Tragó saliva y miró la mano de su propio amo.
Tenía hambre y ganas de elevarse sobre sus dos piernas para ver que tan alta era.
-No quiero- gritó ella.
Él bajó la mano para tomarla del cabello y ella sonrió agradecida por el hilo de baba roja que acababa de despertarla.
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